Claudia Benassini Félix[1]

Introducción

A lo largo de la década de los noventa se inició el interés por responder a la pregunta sobre la construcción de la realidad a través de la televisión. El interés se inició vía los géneros informativos y, en parte, a raíz de la propuesta de la agenda setting, la manera en que los medios organizan la realidad para sus audiencias. Durante sus primeros años, el tema permaneció dentro de los citados géneros, partiendo de la oposición entre la realidad y la ficción, propia de las narraciones ubicadas en la comedia, el drama y el melodrama. Sin embargo, los cambios que años atrás se venían presentando en los géneros televisivos trajeron consigo una redefinición en los mismos con una importante dosis de realidad como parte de sus contenidos. Es en este momento cuando en la oferta programática latinoamericana se inicia la televerdad, conocida por muchos como la “nota roja” de la televisión, por la selección tanto del tipo de acontecimientos que presenta al televidente como por el formato de dicha presentación, propio de los informativos cotidianos.

No obstante, desde ese momento pareció omitirse un elemento importante de la realidad que gradualmente influyó en la consolidación de otros géneros: la presencia del ciudadano medio. Junto al conductor en el estudio o junto al reportero en el lugar de los hechos, la recuperación de su testimonio se constituía en una fuente innegable de veracidad que ameritaba ser tomada en cuenta como un elemento importante del acontecimiento. Esta variante de la televerdad comenzó a desarrollarse paralelamente a otra, en que la cámara oculta sigue las acciones de los ciudadanos seleccionados por la producción –aunque presentados a la audiencia como parte del azar– frente a una situación chusca que concluía con el desenmascaramiento de la broma.
[2] Éste fue el ingrediente de la televerdad que dio lugar a la evolución de los géneros televisivos en el momento ya señalado.

De esta manera, la inclusión del ciudadano en el contenido mismo del programa ha dado lugar a dos modalidades con desarrollo y presencia diversa en nuestras televisiones: el talk show y el reality show. En este trabajo hacemos énfasis en el primero, toda vez que hereda las características de la televerdad y, por así decirlo, abre la brecha para que, tres décadas más tarde, los reality shows ingresen a la televisión. Obviamente, el supuesto que orienta el análisis es que la realidad constituye un elemento importante de su contenido.

El punto de partida para la caracterización de los nuevos géneros televisivos data de 1986 cuando Umberto Eco (1986, pp. 200-201) caracterizó a la neotelevisión por oposición a la paleotelevisión: un medio producto de la multiplicación de las cadenas vía la privatización y el advenimiento de las nuevas maravillas electrónicas. Pero su característica principal, siguiendo a Eco, es que cada vez habla menos del mundo exterior: habla de sí misma y del contacto que establece con el público. Poco importa qué diga o de qué hable, porque a través del control remoto el televidente decide cuándo dejarla hablar y cuándo pasar a otro canal.

Por otra parte, del análisis de Eco se desprende que una característica adicional de esta nueva televisión es la difuminación de las fronteras entre la información y el entretenimiento misma que, aunada a las previas, trae consigo una recomposición de los géneros televisivos propios de la paleotelevisión, al que se puede atribuir el siguiente proceso:

a) Una evolución en el concepto de información
[3] en la etapa previa atribuido de manera casi exclusiva a los noticiarios que privilegiaban el acontecimiento político. En otras palabras, la neotelevisión dio lugar a que se confiriera valor informativo a contenidos como el deporte, la cultura y el espectáculo, entre otros, mismos que se independizaron de los noticiarios tradicionales y se articularon en las barras programáticas desde esta reorganización.[4]
b) En consecuencia, junto a la información como información –característica de los informativos nocturnos– se desarrolló el entretenimiento como información, propio de la cultura, el deporte y el espectáculo. Una modalidad que continúa hasta la fecha.
c) Más adelante, a esta modalidad se añadió la televerdad, género que a la información sobre asuntos policíacos añadió el testimonio del ciudadano medio, quien narraba –en locación o desde el estudio– el hecho en sus propias palabras y tan detalladamente como fuera posible. Esta narración se acompañaba de imágenes que apoyaban el testimonio, real o ficticio,
[5] que trajo consigo la incorporación de este actor al relato televisivo, apoyado en el reportero o el conductor, según la acción fuese en locación o en el estudio.

En suma, las novedades en el concepto de información televisiva, la incorporación del ciudadano medio en calidad de actor, cuya narración se constituirá en el hilo conductor del relato, dieron paso a dos géneros que actualmente forman parte de la oferta programática de nuestra televisión: los talk shows y los reality shows. Ambos son producto de la espectacularización de la realidad propia de la neotelevisión. Una idea en la que confluyen la competencia por el público, la explotación de una fórmula exitosa y las consecuentes ganancias por la comercialización. A continuación se hace una breve descripción del género seleccionado, que permitirá pasar a la construcción de la realidad que, afirman, es su ingrediente principal.

El talk show

Tal como señalé en un reporte de investigación sobre el tema (Benassini, 2001), dos son los antecedentes de este género en la televisión mexicana. El primero, Cosa juzgada, transmitido por el canal 2 a principios de la década de los setenta, en el que se dramatizaban casos de la vida real sin que el televidente tuviera intervención alguna. El segundo, Mujer casos de la vida real, cuyas transmisiones se iniciaron en 1986 y continúan hasta la fecha. Su productora y conductora, Silvia Pinal, representa casos aparentemente
[6] enviados por el público televidente. Así, el trabajo del guionista se limita al de adaptador de los hechos seleccionados por su realismo, acompañados de consejos por parte de expertos, o por la conductora, mismos que supuestamente servirán para todos los que se encuentren en una situación similar. Estos programas, con sus variantes, constituyen ejemplos de televerdad.



No obstante, la propuesta central del talk show es mostrar la realidad en voz de sus protagonistas. Los programas del género con el sello hispano irrumpieron en México a principios de la década de los noventa, vía la televisión por cable o antena parabólica, que permitía a sus usuarios acceder a la señal de Univisión. Su iniciadora, Cristina Saralegui, incursionó en el género recurriendo a la exitosa fórmula probada por Jeraldo y Opprah Winters en Estados Unidos. Posteriormente llegó al canal 9 de Televisa y más adelante a la señal de Unicable; mientras en el primero ha permanecido por varias temporadas con algunos periodos vacacionales para sus televidentes, en el segundo forma parte de la programación sabatina. A su vez, el entonces recién privatizado canal 13 transmitió con poco éxito los programas del género producidos por Telemundo para competir con Cristina: Sevcec, Él y ella y María Laria. Al menos en México, ninguno logró lo que Saralegui en materia de rating y aceptación por parte del televidente. Los tres salieron del aire a finales de la década de los noventa y casi al mismo tiempo canal 9 incorporó Laura en América, producido por Telemundo. Su conductora, Laura Bozzo, mantiene como sello distintivo un tono más agresivo frente a los temas que aborda. Es decir, más al estilo de Gerry Springer, quien incita a los invitados a la agresión verbal y física.

Sin embargo, contrario a lo que ha sucedido en Estados Unidos con las producciones hispanas y en otras televisoras latinoamericanas, los talk shows a la manera descrita tuvieron una corta vida. Tras algunos intentos fallidos, en enero de 2000 se iniciaron las transmisiones de Cosas de la vida y Momento de decisión; entre uno y otro había diferencias de formato.
[7] Mientras el segundo tuvo una corta vida por problemas de salud de su conductora, el primero alcanzó niveles de audiencia inesperados. Por ello, Televisa decidió incursionar en el género con Hasta en las mejores familias, que compitió en horario con Cosas de la vida. Sin embargo, hace aproximadamente tres años ambos programas salieron del aire en medio de cuestionamientos a su contenido y producción. Cabe resaltar que ya desde ese momento el canal 11 transmitía Diálogos en confianza, que en sus primeras etapas adoptó el formato del talk show para abordar problemas de índole tan diversa como la salud, el entretenimiento y la sexualidad; a la fecha continúa al aire, aunque el formato se ha modificado por el de panel.[8]

La ¿construcción? de la realidad

No hay ninguna novedad en afirmar que la televisión construye la realidad. Lo dice la televisión misma a través de sus informativos cotidianos, sobre todo cuando despliega un carácter cada vez más espectacular en la cobertura de acontecimientos de fuerte impacto mediático, que van desde la guerra en Irak, las elecciones en Estados Unidos y los desastres naturales, pasando por los videoescándalos, cuya finalidad es poner al descubierto las operaciones ilícitas de los políticos mexicanos, en un afán más espectacular que con miras a llegar al fondo de los hechos.
[9] Pero también lo dice la televisión cuando publicita los contenidos de los talk shows y los reality shows como extraídos de la realidad misma.

Como ya mencionamos, la investigación de la comunicación reciente también ha dedicado parte de sus esfuerzos al tema. La literatura sobre los noticiarios es abundante y da cuenta de las diversas maneras en que la televisión jerarquiza la información en función tanto de sus políticas internas como de rutinas e intereses de diversa índole. Pero también los géneros que constituyen el objetivo de este trabajo dicen construir la realidad a partir de sus propias leyes. Quizá con cierto optimismo podemos afirmar que los noticiarios lo hacen a partir de la realidad misma
[10] como ingrediente fundamental para la presentación de los acontecimientos y, tradicionalmente, por oposición a la ficción, que eventualmente parte de porciones de realidad –situaciones vividas por sus autores– que recrean y sumergen en escenarios diversos. En medio de este continuum se ubican los géneros que se construyen a partir de la combinación de la propia realidad y de la ficción, como los talk shows. Adicionalmente, otros géneros recurren a la realidad para construir historias no necesariamente reales, aunque utilicen este ingrediente como la materia prima para sus relatos, como los reality shows. Veamos cada género por separado para realizar una síntesis orientada a reflexionar estas combinaciones entre realidad y ficción cuyo resultado, adelantamos, sería una representación de la realidad, en oposición a una presentación de la misma.

Los talk shows
[11]

Siguiendo la lógica de la televerdad, los talk shows deben construir la realidad a partir de sí misma, utilizando criterios de selección que fuesen desde el interés, verificación de su autenticidad y, en su caso, seguimiento de la problemática para que el espectador conozca su desenlace. Pero este procedimiento se adoptaría si hablásemos de los orígenes del género
[12] o si los contenidos fueran formativos o de orientación, no de entretenimiento. En lugar de ellos, en México se seleccionaron títulos sensacionalistas para, acto seguido, buscar panelistas que se identificaran con esta situación –no necesariamente que la hayan vivido– y que estén dispuestos a exponerla frente a las cámaras y con un público en el estudio. De no contar con esta disposición, la producción recurría a ciertas estrategias para reclutar voluntarios que estuvieran dispuestos a vivir sus “quince minutos de fama” y que siguieran los requerimientos del guión movidos por una remuneración económica.[13] Un tercer recurso sería que las sugerencias llegaran directamente a la producción: un recurso que no eliminaría las dos posibilidades anteriores. Las siguientes consideraciones van a propósito del género mismo que, como se verá en las conclusiones, se mantiene en México vía la televisión de paga y reviste gran popularidad en otras partes del mundo.

En consecuencia, a pesar de que en la primera modalidad –los panelistas que asisten voluntariamente al estudio de televisión– la realidad del programa debiera construirse a partir de sí misma, en su lugar se impone una representación de la misma, de manera similar al segundo caso, cuando todo el talk show es actuado y, en consecuencia, dotado de una dosis de ficción. En otras palabras, en la medida en que dicha realidad debe someterse a las demandas de la televisión, pues debe cumplir una cierta duración –incluidos los cortes comerciales–, es dramatizada e incluso ensayada previamente. Por tanto, la problemática no se expondrá de manera exhaustiva, situación prevista por la producción, pero no por los panelistas. Asimismo, cuando la televisión se autolegitima a través del veredicto proporcionado por el jurado –ya sean especialistas o gente común
[14]– siempre habrá parcialidad, puesto que el caso no se ha agotado. Y pretender que en cinco minutos se dará solución a un problema acudiendo al “gran jurado de la televisión”, se antoja igualmente mañoso.



En este sentido, en ambas modalidades de talk shows la dosis de ficción aparece en la representación de la realidad, basada en el establecimiento de una polaridad maniquea, que da lugar al juicio a priori. Desde el comienzo del programa y de manera previsible, equipo de producción, público y asistente toman partido por una de las partes e inician un juego de manipulación. Pero también hay algo de ficticio en la realidad representada, puesto que se la caracteriza por la discrepancia y el recurso a la violencia verbal y física en algunos extremos. Por tanto, los diálogos son asimétricos y previsibles, igual que los conatos de pleito deliberadamente propiciados por la parte antagónica del problema. En televisión todo está previsto y no hay lugar para la casualidad.

Así pues, sea real o representada la situación, llama la atención la argumentación de los sujetos implicados en la producción. En repetidas ocasiones Laura Bozzo, Cristina Saralegui y los productores de los talk shows mexicanos que forman parte de la historia del género, han negado recurrir a actores. Aducen que se trata de gente común y corriente, como corresponde a la televerdad.

Finalmente, los conductores también desempeñan su papel en este proceso de representación de la realidad. Las cámaras instaladas en el estudio los captan desde diversos ángulos, aunque el predilecto es el rostro muchas veces incrédulo y atónito, molesto sólo cuando la situación lo amerita y amable cuando se dirige el televidente. Sepan o no que los casos presentados son actuados, los conductores median entre el público asistente, las partes en conflicto, el jurado y el televidente. En suma, más que conducir su papel es legitimar la representación de la realidad espectacularizada vía el talk show no sólo mediante las actitudes captadas por las cámaras y el ejercicio de mediación cotidiana, sino a través de la personalización.

Reflexiones

De acuerdo con el análisis previo, talk shows y reality shows constituyen modalidades de presentación y representación de una realidad que es tomada como materia prima para producir la ilusión de que se está frente a la realidad misma. En ambos movimientos, presentación y representación, está presente un elemento de ficción que da lugar a los siguientes movimientos. Cabe reiterar que, aun cuando en México ambos géneros están fuera del aire, al menos temporalmente, estos movimientos se encuentran en ofertas similares tanto en México, vía los sistemas de televisión de paga, como en otras partes del mundo:

a) En los talk shows la ficción se inmiscuye en la realidad cuando las situaciones que se presentan son escenificadas por quienes las han vivido, puesto que la lógica del formato y del medio se imponen. Es decir, una experiencia que ha tomado un tiempo indefinido se recorta a una hora de duración que incluye la narración de la experiencia que, a la manera del drama y el melodrama, se torna en el personaje principal de una trama que tendrá como actores a quienes la vivieron en carne propia, al jurado y a la propia conductora. Asimismo, en este género la realidad se utiliza para presentar una situación ficticia cuando la producción recluta a “actores” para escenificar un caso que, de nueva cuenta, asume el papel del personaje principal que pone a su servicio al resto del elenco, incluidos conductores y jurado.
b) Más que construir una realidad, los talk shows como los reality shows, son una presentación y representación de la misma en la que interviene una dosis de ficción. Como lo señaló Umberto Eco, ambos son producto de la llamada neotelevisión en tanto que forman parte de reacomodos en la televisión global que van más allá de la creatividad local. Pero también debemos tomar en cuenta que la presencia de ambos géneros en nuestras pantallas televisivas es producto de las nuevas modalidades de reorganización de las empresas mediáticas –vía consorcios cuyas redes se extienden hacia diversos puntos del planeta–, así como de las nuevas formas de acceso a las producciones televisivas a través de las franquicias.[15]
c) Una última reflexión se relaciona con el género televerdad, germen del reality show. Anteriormente señalamos que el concepto de “información” ha sufrido una evolución, producto de la especialización, que da lugar a la profusión de espacios utilizando un formato similar al de los informativos cotidianos, como por ejemplo en el deporte, la televerdad y el espectáculo. Este último caso es el que provoca más polémica, toda vez que “informar” es entendido como un recurso para legitimar el escándalo, el chisme, el insulto y la intolerancia. Y, tal como lo señala su propio nombre, constituye uno de los puntos álgidos en la cresta de la espectacularización. Asimismo, estos elementos muestran que la televerdad como género está más viva que nunca, aunque ahora se ha mimetizado en un ejemplar diferente que, como tal, habrá que caracterizar y analizar.

Conclusiones

A lo largo de este texto, he reiterado que los talk shows están fuera del aire de la oferta programática de la televisión mexicana. Hasta hace aproximadamente cuatro meses el canal 9 de Televisa continuaba las transmisiones de Laura en América. Aparentemente, Laura Bozzo estaba en tratos con la televisora para traer su programa a México, sin que por el momento haya más información al respecto. No obstante, los usuarios de televisión de paga tienen acceso a Cristina, vía Unicable, y a los talk shows que han proliferado en la televisión española, como ¿Dónde estás corazón?, Espejo público y El diario de Patricia, entre otros, mismos que suelen ser una mezcla del género tradicional con el ingrediente de la prensa del corazón. Por su parte, Gran hermano está en su novena emisión. El ciudadano medio del que hablábamos al principio está presente en Apúntate al casting y en Espejo público. Todos estos programas se mantienen al aire con un éxito probado.


Referencias

Benassini, C. (2001). Talk shows: ¿construcción o representación de la realidad. Etcétera.
Eco, H. (1986). La estrategia de la ilusión, Barcelona:Lumen.
García Avilés, J.A. (2000). Elián y la neotelevisión. Etcétera, 379.
Lacalle, Ch. (2001). El espectador televisivo, Barcelona:Gedisa.

[1] Profesora de asignatura en la Universidad Simón Bolívar y responsable del Observatorio Medios México, proyecto apoyado por la Fundación Konrad Adenauer.
[2] Es por eso que la presentación de estos ciudadanos no necesariamente es al azar. Más bien obedece a criterios de selección previos, como los mejores casos, los de las reacciones inesperadas y, desde luego, los que cuentan con la aprobación para su selección por parte de los improvisados actores.
[3] Esta discusión se presentará detalladamente en las conclusiones.
[4] En México, este fenómeno se inició a principios de la década de los setenta con el entonces innovador noticiario dominical DeporTV, todavía transmitido a través de canal 13 de Televisión Azteca.
[5] Esta modalidad se introdujo de manera diferente en la programación europea y en la estadounidense. Mientras en la primera se abocaba a la búsqueda de personas extraviadas, en la segunda surgió la cámara escondida, cuyo desenlace a la fecha sigue siendo chusco: el ciudadano captado in fraganti descubrirá al final que está siendo grabado por una cámara de televisión, que transmitirá la anécdota en la programación correspondiente.
[6] En muchas ocasiones han acompañado a Silvia Pinal los protagonistas de las historias que dramatiza, independientemente de que se hayan resuelto de forma favorable. Sin embargo, no se descarta la posibilidad de que dichos sucesos se entrelacen con otros ficticios, producto de la mente del guionista.
[7] Mientras el primero se apegaba más a las características del género, el segundo optó por la dramatización de casos, con la variante de que el televidente y el público en el estudio podían votar “Sí” o “No” a la pregunta que originaba el tema. La respuesta ganadora se transmitía como el final de la situación presentada.
[8] Estas modificaciones no han estado exentas de críticas por parte del equipo de producción –de hecho la productora original renunció hace aproximadamente cuatro años–, a las que se han sumado voces de diversos grupos aduciendo censura en estas modificaciones.
[9] Estos acontecimientos se iniciaron en marzo de 2004 con la exhibición de una serie de videos que mostraban al perredista René Bejarano, líder de su partido en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, recibiendo diversas cantidades de dinero de manos del empresario argentino Carlos Ahumada, quien lleva ya varios meses en prisión. De nueva cuenta, el lunes 10 de octubre el programa informativo de Televisa El cristal con que se mira fue la vía seleccionada para mostrar documentos que ponían en duda el origen de la riqueza de Arturo Montiel, entonces precandidato priísta a la presidencia de la República, quien se vio obligado a dimitir el jueves 20 de octubre, día de la presentación de este trabajo.
[10] Cabe mencionar que algunos noticiarios de la televisión mexicana han sido acusados de presentar noticias actuadas, tanto para aumentar el rating como para desprestigiar a funcionarios públicos.
[11] Un primer avance sobre este punto se publicó en la revista etcétera, para este trabajo se incluyen los cambios en los talk shows.
[12] Recordemos, por ejemplo, la programación de algunas televisoras europeas de mediados de los ochenta, cuyo propósito era recurrir al género para buscar personas perdidas. Independientemente de cuál fuese el desenlace, en caso de haberlo se comunicaba a las audiencias. Volveremos a este punto en las conclusiones.
[13] Esto sucedió en el caso de México. Durante los primeros meses de 2001, en pleno auge del género, panelistas entrevistados por el periódico Reforma afirmaron haber negociado cantidades que oscilaban entre los 500 y 600 pesos y recibir sólo la mitad del pago. Sin embargo, añaden que volverían a participar si el monto fuera mayor.
[14] Mientras en Cosas de la vida la opinión era emitida por uno o varios especialistas, en Hasta en las mejores familias el “jurado” se caracterizaba por su extravagancia o por sus limitaciones físicas. Según el productor Federico Wilkins, esta composición permite que el público esté consciente de que no se encuentra frente a la realidad, sino ante una representación de la misma.
[15] Como en el caso de los reality shows: las televisoras interesadas en producir uno o varios de sus programas firman un convenio con la empresa holandesa Endemol en el que se comprometen a respetar la estructura genérica, pero tienen la posibilidad de innovar en una parte muy reducida. Otra forma de operar de las franquicias es a través de las grandes cadenas de televisión, como la BBC de Londres y la CBS estadounidense, que siguen un procedimiento similar al anteriormente descrito.