Editorial: La familia y los medios de comunicación

Por María Antonieta Rebeil Corella

El presente es un número de la revista del
Centro de Investigación para la Comunicación Aplicada (CICA) dedicado al tema de la familia y los medios de comunicación. Se han rescatado en el mismo las plumas de autores expertos en el tema que, en conjunto, ofrecen un abanico de propuestas y opiniones que en mucho enriquecen las perspectivas sobre la temática de la familia, cuestión clave para comprender la composición y la recomposición de la sociedad actual. El tema de la familia no caduca porque es la responsable de dar vida y moldear al ser humano, de revelarle quién es y de prepararle para la vida adulta en sociedad.

A través de las páginas que siguen, el lector puede ponderar acerca de cómo la familia tiene la responsabilidad de ser la permanente evaluadora de la comunicación social; de alertar a los hijos acerca de los daños de la violencia que tanto se promueve en los medios e hipermedios de comunicación; de la evasión de los hijos en los medios y videojuegos cuando no hay suficiente comunicación en la familia; de la construcción del rol del padre en la cinematografía; de los retos que existen para distinguir los contenidos mediáticos que enaltecen y fortalecen a la familia de los que no lo hacen; de los
talk shows y sus falacias al aseverar que sus contenidos enfrentan al espectador ante la misma realidad. Estos contenidos, aunados a los que responden a las organizaciones y a la productividad, así como la manera en que la comunicación contribuye a ello, forman parte del cuerpo de artículos en la Revista Sintaxis.

Todo ello, sumado a las reseñas de libros y de medios, contribuye a la actualización de las nociones sobre familia y a su relación con los medios de comunicación en el afán de concebir y construir una mejor sociedad para todos.

Medios de comunicación y familia: responsabilidad compartida


María de la Luz Casas Pérez[1]

Introducción

En los años 1997, 2004 y 2008 los mexicanos llevamos a cabo tres marchas históricas en nuestra historia reciente en favor de la paz y en contra de la inseguridad. También en 1997 se llevó a cabo en México el Primer parlamento de los niños y niñas de México, que está por repetirse en 2008 en su sexta entrega. ¿Qué importancia tienen ambos acontecimientos? ¿Qué relación pueden tener con los medios de comunicación y con una reforma a la operación de las industrias mediáticas?

En primer lugar es importante dar cuenta de estos dos ejercicios democráticos porque en ellos aparece un común denominador que es el reclamo de la sociedad mexicana hacia las autoridades en el sentido de recuperar la estabilidad de la familia y de la sociedad mexicana; en segundo lugar, ambos acontecimientos son prueba fehaciente de que la sociedad mexicana está cambiando en pro de una participación más activa que exige la difusión puntual de la información con el fin de promover los valores que la sociedad requiere.

Así pues, tanto las marchas por la paz y la seguridad como la réplica de la discusión y el consenso entre los futuros ciudadanos de este país, son ejercicios representativos de una democracia incipiente en la sociedad mexicana, pero además son muestras consustanciales al tema que aquí nos ocupa, ya que en ambos casos los medios de comunicación o bien participaron directamente, o fueron señalados como elementos fundamentales de información, cohesión y vinculación nacional. Es así que el papel de los medios de comunicación como actores políticos y sociales es contundente, tanto en su actividad de cobertura de los acontecimientos como en su acción de denuncia.

Ahora bien, esta labor de los medios, así como su participación en ejercicios de corte democrático, si bien importantes y encomiables, es en mucho contrarrestada por la difusión de mensajes que promueven actitudes nocivas entre la población. Es decir, estos mismos medios que en ocasiones fungen como herramienta de difusión y participación ciudadana, son también promotores de programación banal o amarillista que induce a actitudes poco democráticas, como la intolerancia, la pasividad y el individualismo. Por ello habría que plantearse en qué medida, al señalar y denunciar la criminalidad y la violencia, los medios realmente fomentan los valores de solidaridad, probidad y justicia indispensables para recuperar la estabilidad de la sociedad mexicana, o bien promueven actitudes reivindicatorias de comportamientos revanchistas al hacer apología de la violencia y el crimen.



Asimismo, por lo que respecta a la formación de las futuras generaciones, habría que cuestionar en qué medida los medios promueven valores como la verdad, la honestidad, el respeto y la solidaridad con la comunidad, apoyando a las familias que requieren información oportuna y consejo para la formación de ciudadanos comprometidos con su entorno y con su país. Por otra parte, habría que preguntarnos en qué medida los mexicanos somos conscientes de la función social que deben cumplir los medios, si conocemos su marco de operación y si les exigimos el cumplimiento de esta responsabilidad con el fin de garantizarnos la comunicación veraz, oportuna, ética y responsable que nuestra sociedad requiere.

Éste es precisamente el objetivo del presente trabajo: aportar ideas que nos permitan vislumbrar el panorama reciente de la evolución de nuestra sociedad, el papel de los medios, su importancia en el ámbito familiar, y la necesidad de una reforma a su actividad informativa. Reflexión que nos parece fundamental en la medida en que la transformación estructural de la familia, y por ende de la sociedad, no puede hacerse sin medios de comunicación comprometidos con la transformación del país. En las próximas páginas, nos permitiremos abocarnos precisamente a dicho análisis.

Evolución de la familia en México

Mucho se ha hablado, por ejemplo, de que la familia es el núcleo de la sociedad.

De acuerdo con estadísticas recientes, la familia es lo que más le importa al mexicano, independientemente de su clase o nivel socioeconómico.
[2]

La seguridad de la familia fue lo que llevó a los mexicanos a las calles a marchar demandando atención en la lucha contra el delito, y lo que los lleva a sucumbir ante las amenazas de chantaje y secuestro. La familia es lo que guía, da coherencia, conduce y promueve los valores que tanto nos hacen falta en la sociedad y que necesitamos recuperar para poder luchar contra la deshonestidad, la corrupción y la delincuencia.

La familia es blanco de todas las campañas y de todos los actores: los políticos aseguran compartir la preocupación de los mexicanos y estar dispuestos a contribuir con mayor presupuesto para garantizar la seguridad y generar mejores leyes con el fin de combatir el delito; los medios la ensalzan cuando quieren promover el consumo y cuando ponen en marcha campañas como el “Día de la familia”; los publicistas echan mano de ella cuando quieren apelar a los sentimientos de amor o de culpa para vender sus productos; pero la familia es también la que se debilita cuando los políticos y los medios no hacen su tarea y promueven el desorden o la búsqueda de la felicidad a través de la satisfacción individual, en lugar de contribuir a la generación de consensos y a la solución de problemas comunes.

La familia, así como los miembros más jóvenes de nuestra sociedad, son los primeros que se perjudican cuando la información que los medios transmiten no es manejada responsablemente; cuando frente a los grandes problemas nacionales la atención se centra en el consumo y la banalidad de los comportamientos; cuando el papel fundamental de los padres se sustituye por el liderazgo de las figuras de la farándula y del espectáculo, y cuando, en lugar de hacer deporte, convivir con sus amigos y familiares o dedicarse a la recreación a través de la cultura y el arte, los niños están todas las tardes frente al televisor, sin supervisión, consumiendo todo tipo de información.
[3]



La literatura académica consigna que, de entre todos los sectores de la población, la infancia y la adolescencia son probablemente los grupos en los que mayormente influye la televisión, posiblemente debido a la naturaleza incipiente de su condición y a su necesidad de encontrar una identidad estable (Gerbner y Gross, 2006). Asimismo, algunos análisis señalan una alta posibilidad de que los contenidos violentos a los que frecuentemente se hace alusión en la programación mediática, sean característicos de una crisis de la confianza en las instituciones lo cual, a su vez, se traduce en una búsqueda de identidad y nuevos patrones de vinculación como único vehículo para hacer sentido de la naturaleza cambiante de las sociedades en crisis (Giddens et al., 1996; Luhmann, 1998). En este sentido, como apunta la sociología contemporánea, los contenidos de los medios son reflejo de otro tipo de transformaciones a las que se responde por la vía de la articulación de nuevos patrones de comportamiento social (Merton, 1968).

En todo caso, lo que la evidencia muestra, y diversas organizaciones así lo reconocen, es que en los últimos años se ha registrado un importante cambio en la estructura familiar tradicional donde los medios han venido a sustituir algunas de las actividades que originalmente se llevaban a cabo en familia. En otras palabras, los padres ya no se relacionan con los hijos; los hermanos ya no interactúan entre sí; se ha perdido vinculación con la familia extendida.

Veamos algunas cifras al respecto: de acuerdo con datos obtenidos del último censo, de 103 300 000 habitantes y 22.7 millones de familias, 67.4% dijo tener una estructura biparental y 17.6% monoparental. Un número creciente de hogares (14%) no pudieron ser clasificados como familias debido a que salían de lo considerado como estructura familiar tradicional, es decir, son familias en donde la labor de orientación está en manos de abuelos, hermanos mayores, padrinos, madrinas, vecinos, etc., (INEGI, 2005). Las tendencias actuales indican un crecimiento en el índice de familias monoparentales, ya sea por divorcio o por ausencia del padre debido a factores de migración o abandono de hogar, etc., de manera que la mujer se convierte en jefe de familia (5.7%), lo que la obliga a incorporarse a la fuerza laboral generando, a su vez, la necesidad de que las madres deleguen en otros el cuidado de sus hijos.

Conforme crece la población ciertas tendencias se agudizan. Por ejemplo, el número actual de divorcios es de 11.8 por cada 100 matrimonios, índice que va a la alza debido a factores de descomposición social, crisis económica, desempleo e incremento de la violencia intrafamiliar, principalmente. Cambios recientes en la legislación civil y modificaciones de procedimiento para el divorcio en entidades como el Distrito Federal inducen, además, a proyectar que en un futuro no muy lejano se presentará un nuevo aumento de la taza actual de disolución del vínculo matrimonial,

[4] de manera que es posible afirmar que la estructura tradicional de la familia mexicana está cambiando, especialmente en algunas zonas del país.

Por otra parte, los miembros más jóvenes de la familia también están modificando sus hábitos de relación pues, al no estar los padres en casa, gran cantidad de niños y jóvenes buscan información y entretenimiento en medios como la televisión o la computadora, información cuyo contenido generalmente es desconocido principalmente por los padres de familia.

Por ello, es de especial preocupación el consumo de medios electrónicos como la radio, la televisión y el Internet. La programación de la radio, por ejemplo, está dividida por edades y su contenido está conformado por emisiones noticiosas, musicales o programas hablados que son escuchados, en su mayoría, por jóvenes y adultos (Asociación a favor de lo mejor, 2008).

En cuanto a los datos referentes a televisión, especialmente los de televisión abierta, reportan que el promedio de consumo diario es de 4 horas aproximadamente en las que, desde luego, está presente público joven. Las estaciones de televisión abierta declaran atender a la población infantil con más de 8 000 horas de programación al año;
[5] casi 5 000 horas son dedicadas a programación juvenil, y el resto está dedicada a adultos. No obstante, el hecho de que la programación tenga clasificación para adultos no impide que niños y jóvenes sean teleespectadores de ella.[6]

Por otra parte, el consumo de las nuevas tecnologías va en aumento. En México ya hay una cifra nada despreciable de 22.7 millones de internautas de los cuales 1.6 millones se ubican entre los 6 y los 12 años de edad, y 19.08 millones tienen 13 o más años. El acceso a la información es irrestricto, ya que muchos padres proporcionan los recursos o el acceso a la computadora a sus hijos para que realicen sus tareas escolares, y más de la mitad de estas computadoras con acceso a Internet (55%), se encuentran en los hogares (AMIPCI, 2008).

Lo anterior, aunado a las transformaciones previamente mencionadas con referencia a la estructura de la familia mexicana, muestra que existe una alta probabilidad de que niños y jóvenes con acceso a programación de medios electrónicos e Internet, empleen gran parte de su tiempo en su consumo. Es probable también que mucho de este consumo se lleve a cabo lejos de la supervisión de padres y adultos.

Transformaciones en el consumo

Los medios de comunicación, especialmente los electrónicos, incursionaron desde hace tiempo en los hogares e invadieron el núcleo de las familias mexicanas. Ya en las conclusiones del Tercer Parlamento de los Niños y Niñas de México en el año 2005, los pequeños decían que para ellos era importante fomentar la unidad nacional promoviendo que los miembros de la familia hablaran entre sí de sus problemas, evitando que a la hora de comer estuviesen encendidos la televisión o el radio (Senado de la República, 2005), debido a que estos medios electrónicos han sustituido la charla y la convivencia familiar.

Las autoridades de distintas regiones del país, incluida la del área metropolitana de la Ciudad de México, señalan que niños y jóvenes carecen de lugares apropiados para el recreo y el deporte.
[7] Todas estas cifras muestran una relación familiar en la que ahora incursionan otros agentes sociales, sin supervisión de los padres, y que muy probablemente esté vinculado con un consumo indiferenciado de medios electrónicos (Notimex, 30 de agosto de 2008). Asimismo, reportes provenientes de algunos observatorios ciudadanos de medios denuncian altos niveles de violencia, denigración de la mujer y gran contenido sexual dentro de la programación, especialmente de la televisión.[8]



La situación respecto a los más jóvenes resulta especialmente preocupante porque si el niño sale a la calle se expone a un ambiente de inseguridad y delincuencia, pero al quedarse en casa también recibe gran cantidad de contenidos que enfatizan el individualismo, la satisfacción inmediata y la violencia como el medio más efectivo para lograr objetivos.

La exposición a contenidos violentos, así como el consumo de programación de ficción o de anuncios publicitarios, conduce a los menores a percibir una visión inestable del mundo que solamente puede ser restituida mediante la búsqueda de mecanismos de equilibrio o satisfacción inmediata. No es fortuito, por ejemplo, que en fechas recientes México se encuentre entre los primeros lugares en obesidad a nivel mundial y que de éstos un alto porcentaje sean niños y jóvenes,
[9] ya que pasan buena parte de la tarde sentados frente al televisor. Esta situación se torna preocupante si se considera que en el horario televisivo infantil (lunes a viernes por las tardes y sábados por la mañana), de un total de 37 anuncios comerciales que los menores consumen por hora, 17 corresponden a comida chatarra (Notimex, 2 de septiembre de 2008).

De acuerdo con el Instituto Nacional de Salud Pública, entre 1988 y 2002 el consumo de frutas y verduras en México se redujo un 30%, mientras que el consumo de refrescos aumentó 60% (ibidem). Víctimas de la publicidad, los padres de familia prefieren dar dinero a sus hijos para que compren productos comerciales a la hora del recreo en lugar de proporcionarles un almuerzo nutritivo. Los datos pueden ser coincidentales, pero si se considera el aumento de divorcios en 4 puntos porcentuales durante el mismo periodo que el incremento de anuncios comerciales que enfatizan la comida rápida, es posible inferir cambios en la alimentación que emergen del mismo entorno familiar.

De acuerdo con un estudio llevado a cabo por el mismo Instituto Nacional de Nutrición, es posible observar cómo la exposición a comerciales que promueven el consumo de alimentos procesados repercute en el hecho de que los niños prefieran emplear el dinero del lunch en comprar refrescos, frituras y dulces, en lugar de frutas o verduras (ibidem).

Por otra parte, la exposición reiterada a medios emana directamente del entorno familiar, ya que según Luis Ignacio Sánchez, de la Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito Federal, el clima de inseguridad que vive el país ha sido un factor para que muchos padres motiven a sus hijos a quedarse en casa viendo televisión en lugar de salir a la calle y, en todo caso, comer una bolsa de papitas puede funcionar como una buena gratificación temporal para los pequeños (Ibarra, 2008).




En todo caso, ni los adultos parecen estar guiando a los niños en este sentido, ni los medios están haciendo su función educando a la población respecto de hábitos de nutrición. Los medios parecen estar apelando a consumidores infantiles, jóvenes y adultos por igual. La obesidad en México va en aumento, y las enfermedades relacionadas con ella son ya la primera causa de muerte en el país (ibidem).

Según la Secretaría de Salud, actualmente 26 de cada 100 niños mexicanos de entre 5 y 11 años padecen algún grado de obesidad. Muchos niños y adultos, pero sobre todo infantes y adolescentes, prefieren comer refrescos y frituras antes que nutrirse adecuadamente. Por otro lado, todos estos alimentos se encuentran a su alcance en las escuelas y tiendas de servicio rápido, lo cual facilita que los menores elijan dichos productos en lugar de buscar alternativas más sanas. Las autoridades de salud advierten que, de continuar esta tendencia, la esperanza de vida de los mexicanos, que actualmente es de 75 años, podría reducirse.

Nuestros niños y jóvenes están expuestos a una programación que los enfrenta a la violencia y la criminalidad preponderante en nuestro país, o enfatiza la violencia como recurso viable para la solución de los conflictos a través de las series de ficción que, por otra parte, promueve actitudes de evasión y satisfacción inmediata a través de un consumo indiscriminado y excesivo de productos nocivos o poco sanos, promovidos por la publicidad.

¿Hacia dónde vamos y qué es lo que se puede hacer? Entre las muchas alternativas que tenemos, además de la elección individual, está el exigir a las autoridades y medios de comunicación para que cumplan a cabalidad con su responsabilidad social. Algunas organizaciones e instituciones sociales ya están haciendo lo suyo, pero los esfuerzos son aislados y queda todavía mucho por hacer.

La reforma a los medios

La transformación del entorno familiar cae en el ámbito de la vida privada, pero el comportamiento de los medios de comunicación y la responsabilidad de los anunciantes, es competencia de todos.

En ese tenor es importante señalar que tanto la difusión de violencia, como de publicidad engañosa o que no promueve estándares de salud apropiados, deben ser regulados y sancionados. La cultura del consumo y la apología de la violencia, deben dejar de ser los motores fundamentales del imaginario mediático, especialmente en los medios de mayor penetración en públicos constituidos mayormente por niños y adolescentes.

Ahora bien, constituye función irrenunciable del Estado el velar por el cabal cumplimiento de la reglamentación en medios. No obstante, a últimas fechas el Estado se ha mantenido ausente de su responsabilidad. La reglamentación de medios, especialmente en medios audiovisuales, requiere ser reformulada, y diversas iniciativas se han presentado para ello; no obstante, ninguna de ellas ha prosperado.
[10]

Desde luego que instancias como la Secretaría de Educación Pública, la Secretaría de Salud, la Procuraduría Federal del Consumidor o el Instituto Nacional de Salud Pública deben hacer su parte con el fin de contribuir a revertir este proceso. Otras instituciones como la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) también han hecho su parte, por ejemplo, llevando a cabo una serie de amonestaciones a medios ya que, pese a la existencia de un Código de Autorregulación de Publicidad de Alimentos y Bebidas para el Público Infantil (PABI), un gran número de ellos transmite publicidad acerca de productos que exageran sus características.

En cuanto a la difusión de contenidos violentos, muchos de ellos se transmiten como parte del cuerpo de las notas informativas, o dentro de la argumentación de programas de suspenso por lo que, pese a diversos señalamientos y a que la ley es muy clara en este aspecto, las autoridades frecuentemente reciben una justificación para la presencia de este tipo de programación y contenidos.
[11]

No obstante, la sociedad civil ha participado y sigue participando activamente en la denuncia de estos ilícitos, pues son conocidos los esfuerzos de diversas asociaciones y grupos que históricamente han pugnado por reformar la reglamentación existente en materia de radio y televisión,
[12] y por monitorear su operación cotidiana.[13]

La vigilancia en la operación de los medios, sin embargo, no es responsabilidad exclusiva del Estado ni tampoco de las instituciones mediáticas. Son muchos los actores que, además de los empresarios de los medios, deben encargarse de esta labor: nuestros legisladores, quienes como representantes de la voluntad popular deben velar por los intereses de la ciudadanía; las autoridades gubernamentales, quienes deben asegurarse de la observancia de la legislación existente; los profesionales de la comunicación social, sean reporteros, anunciantes, productores de publicidad o cualquier otro profesional del sector, que tienen la obligación de apegarse a normas y manuales de comportamiento éticos; pero también están las asociaciones de consumidores responsables, quienes se organizan para promover la actuación de los medios a través de sus contenidos.

Es decir, son muchas las instancias que deben participar coadyuvando para que esta importante labor sea cumplida a cabalidad. En otras palabras, se trata de una responsabilidad compartida.

Sin embargo, son los padres de familia quienes tienen una gran responsabilidad y deben asumirla dentro de sus núcleos familiares, organizando y apoyando a instituciones que ya se encuentran trabajando en ello con el fin de exigir un comportamiento comunicativo responsable tanto a medios como a autoridades.

A manera de conclusión

Los tiempos que corren son tiempos de profundas transformaciones. Tan sólo en los últimos años la sociedad mexicana ha vivido importantes cambios que han incidido en lo político, en lo económico y en lo social. Los medios de comunicación no han estado exentos de ello, al contrario, han sido partícipes, transformándose en actores fundamentales en todo este proceso.

En la esfera política, una de esas transformaciones ha sido el tránsito de un régimen de partido de Estado a la alternancia en el poder. Este elemento, junto con la modificación de la posición relativa de algunos otros actores, así como la presencia de cambios sustanciales en la estructura del orden internacional, ha trastocado las instituciones y sumergido a la sociedad mexicana en una ola de inestabilidad que se manifiesta con altos índices de criminalidad, desasosiego y violencia.

Los medios de comunicación han sido partícipes de esta vorágine al suministrar información y crítica consustanciales con el debilitamiento de las instituciones, así como a la transformación de los organismos sociales al fungir como suplentes de las estructuras de autoridad gubernamental y familiar, en ocasiones sin apego a su responsabilidad social y haciendo uso desmedido de contenidos consumistas o violentos. Su papel ha sido medianamente observado por las instancias gubernamentales encargadas de su regulación y por algunos consumidores y ciudadanos informados; sin embargo, es indispensable una actuación permanente, continua y sistemática de quienes somos los directamente responsables de la formación de las futuras generaciones de mexicanos.

Y precisamente es en este último punto que queremos insistir: la familia debe involucrarse en la evaluación permanente de la comunicación social evaluando la información, exigiendo a los medios contenidos veraces y oportunos, y supervisando y apoyando en la recepción a niños y jóvenes con el fin de contribuir a una función formadora de su identidad, así como su vinculación con la comunidad en la que viven. Solamente a través de una actividad consciente y responsable a través de la cual generemos contenidos de comunicación más sensatos, podremos revertir un proceso esencial de articulación y estabilidad de las estructuras sociales que nos son esenciales para el futuro, ya que es en las próximas generaciones en quienes habremos de depositar nuestra confianza para transformar las condiciones injustas de relación que aquejan hoy a la sociedad mexicana.


Referencias

Agencia EFE (2008). Una nueva ley permitirá a los residentes de la capital mexicana divorciarse en diez días. Recuperado el 8 de septiembre de 2008 de
http://actualidad.terra.es/nacional/articulo/nueva-ley-permitira-residentes-capital-2710434.htm.
Aguado, J.M. & Martínez, I.J. (Primavera de 2006). Publicidad, violencia e infancia: consideraciones en torno a una pragmática funcional del discurso publicitario en televisión, Global Media Journal, 3(5). Recuperado el 8 de septiembre de 2008 de http://gmje.mty.itesm.mx/aguado_martinez.htm.
Albornoz, L.A. & Herschmann, M. (2008). Ibero-American observatories in the sectors of information, communication and culture: a brief history. Media, Culture & Society, 30 (5), 723-734.
Alva de la Selva, A. (2008). Del recorrido hacia una reforma democrática de los medios: Las aportaciones de la “Iniciativa Ciudadana”. En A. Vega Montiel, M. Portillo y J. Repoll (coords.). Las claves necesarias de una comunicación para la democracia. México: AMIC/Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.
AMEDI (2008). Observatorio de medios. Recuperado el 10 de septiembre de 2008 de http://www.amedi.org.mx/spip.php?rubrique47.
AMIPCI (2008). Usuarios de Internet en México 2007 Uso de Nuevas Tecnologías. Recuperado el 28 de agosto de 2008 de http://www.amipci.org.mx/temp/Estudio__Amipci_2007_Usuarios_de_Internet_en_Mexico_y_Uso_de_Nuevas_Tecnologias-0082160001179418241OB.pdf
Asociación a favor de lo mejor, A.C. (2008). 3 informe de calidad de los contenidos de los medios. Recuperado el 2 de septiembre de 2008 de
http://www.observamedios.com/Descargas/Informes/Informe%20de%20Calidad%202008.pdf
Bravo, J. (2008). Muchas iniciativas, ninguna ley de medios. Zócalo, 8:(101)8-12.
Consulta Mitofsky (2007). La familia; lo que más le importa al mexicano. Boletín de Consulta Mitofsky. Recuperado el 2 de septiembre de 2008 de
http://www.consulta.com.mx/.
Gerbner, G. & Gross, L. (1976). Living with television: the violence profile. Journal of Communication, 26,173-199.
Giddens, A., Barman, Z., Luhmann, N. & Beck, U. (1996). Las consecuencias perversas de la modernidad. Barcelona: Anthropos.
Ibarra, C. (2008, 29 de agosto). La obesidad, un efecto no deseado de la globalidad: expertos. Once Noticias. Recuperado el 8 de agosto de 2008 de http://oncetv-ipn.net/noticias/index.php?modulo=despliegue&dt_fecha=2008-08-29&numnota=33.
INEGI (2005). Conteo de población y vivienda 2005. Recuperado el 3 de septiembre de 2008 de
http://www.inegi.gob.mx/inegi/default.aspx?s=est&c=10215
Instituto Nacional de las Mujeres (2008). Observatorio de medios. Instituto Nacional de las Mujeres. Recuperado el 10 de septiembre de 2008 de http://www.e-mexico.gob.mx/wb2/eMex/eMex_Observatorio_de_los_Medios
Luhmann, N. (1998). Sociología del riesgo. México: Triana Editores/Universidad Iberoamericana.
Ley Federal de Radio y Televisión (1960), con reformas y adendos a la Ley de Telecomunicaciones (2006) y aclaraciones a la sentencia de la SCJN de 2007. Recuperado el 10 de septiembre de 2008 de http://www.ordenjuridico.gob.mx/Federal/Combo/L-116.pdf
Senado de la República (2005). Tercer Parlamento Infantil. Legislar bien, ejemplo de los niños. Recuperado el 2 de septiembre de 2008 de
http://www.consulta.com.mx/interiores/99_pdfs/15_otros_pdf/oe_AR200507_ParlamentonNinos.pdf
Merton, R. (1968). Social Theory and Social Action. New York: The Free Press.
Notimex (30 de agosto de 2008). Menores delincuentes provienen de 250 colonias del D.F. Excélsior online. Recuperado de http://www.exonline.com.mx/diario/noticia/comunidad/pulsocapitalino/menores_delincuentes_provienen_de_250_colonias_del_df/336832.
Notimex (31 de agosto de 2008). Requiere México 30 años para revertir obesidad: SSA. El Universal online. Recuperado el 8 de septiembre de 2008 de http://www.eluniversal.com.mx/notas/534441.html.
Notimex (2 de septiembre de 2008). Gastan niños 20 mil mdp en comida chatarra. El Universal online. Recuperado el 2 de septiembre de 2008 de
http://www.eluniversal.com.mx/notas/534715.html.


[1] Profesora-investigadora del Tecnológico de Monterrey, Campus Cuernavaca. Correo electrónico: marilu.casas@itesm.mx.
[2] El 67% de la población dice que lo más importante es la familia, seguida de Dios (18.9%), la salud (9.7%), el dinero (3.1%), el amor (2.0%) o su trabajo (1.3%) (Mitofsky, 2007).
[3] La publicidad induce en niños y jóvenes el deseo por consumir todo tipo de artículos, buena parte de ellos no indispensables. Por ello, las estadísticas señalan que los niños gastan gran parte del ingreso familiar en comida chatarra (Notimex, 2 de septiembre de 2008): 20 mil mdp al año, aproximadamente.
[4] En la legislación actual quedan eliminadas las 21 causales de divorcio estipuladas anteriormente, y el trámite se completa en un periodo de diez días. La custodia de los hijos y la repartición de los bienes se resuelve en un juicio civil aparte (Agencia EFE, 2008).
[5] Este consumo se inicia aproximadamente a los 4 años de edad.
[6] En ocasiones los niños son testigos de emisiones que no son adecuadas para su edad, como noticieros, películas o programas de suspenso.
[7] Asimismo reconocen que la delincuencia en los jóvenes se inicia en promedio a los 12 años. La mayor parte de estos menores proviene de sectores de la población en la que existen carencias y ausencia de los padres y en donde, como consecuencia, se presentan problemas de drogadicción, alcoholismo y desintegración familiar.
[8] Es importante señalar que de las personas que llamaron a expresatel, la línea de expresión de la Asociación a favor de lo mejor el 78% fueron mujeres y el 22% hombres, de los cuales la mayor parte eran jóvenes de 26 a 35 años, adultos de 36 a 58 años, y adultos mayores de 60 a 74 años (Asociación a favor de lo mejor, 2008).
[9] Según el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, la obesidad aqueja casi al 70% de la población mexicana; y de acuerdo con la Secretaría de Salud, seis de cada diez mexicanos tienen algún tipo de obesidad, de los cuales tres padecen obesidad aguda. La dependencia anunció también que nuestro país requerirá al menos 30 años de acciones sostenidas para revertir este proceso (Notimex, 31 de agosto de 2008).
[10] A últimas fechas se han presentado 34 iniciativas (14 en la Cámara de Diputados y 20 en la de Senadores) para reformar las leyes federales de radio, televisión y de telecomunicaciones. Otras 27 adicionales fueron presentadas para reformar aspectos como la cinematografía, la transparencia gubernamental, la publicidad, los derechos de los consumidores y otras, por lo que suman ya más de 61 iniciativas relacionadas con la comunicación social, las que se han sometido a discusión en fechas recientes, sin éxito alguno (Bravo, 2008).
[11] El Artículo 63 de la Ley Federal de Radio y Televisión claramente señala la prohibición de hacer apología de la violencia y el crimen a través de los contenidos transmitidos por estos medios (Ley Federal de Radio y Televisión, 1960).
[12] Los esfuerzos por modificar la reglamentación en medios audiovisuales, especialmente la radio y la televisión, datan de varias décadas atrás, pero especialmente en los últimos tiempos, en los que a consecuencia de la aprobación de la llamada Ley Televisa (2006), diversos grupos han buscado modificar los estatutos existentes. No obstante, pese a la conformación de un grupo plural para la revisión de la legislación existente, así como a numerosas iniciativas, los legisladores no se han puesto de acuerdo en este renglón. Interesantes observaciones sobre este proceso pueden ser consultadas en la obra de Alma Rosa Alva de la Selva (2008), citada en la bibliografía.
[13] Distintas iniciativas han sido establecidas con el propósito de llevar a cabo una labor de observación ciudadana de la actividad de los medios; entre ellos destacan, por ejemplo, los observatorios de la Universidad Iberoamericana, el ITESO de Guadalajara, el Instituto Nacional de las Mujeres, la Asociación Mexicana de Derecho a la Información (AMEDI), y la Asociación a favor de lo mejor, A.C., entre otros organismos.

La televisión: parte del entorno social donde crecen los niños


Pilar Baptista Lucio

Abstract

Después de su debut hace más de 50 años, la televisión sigue siendo el medio de comunicación más utilizado por los niños. La televisión ha sido criticada, defendida y estudiada sobre todo en relación con su posible influencia en los niños y en los jóvenes. El presente artículo tiene por objeto examinar y reseñar, de forma muy sintetizada, las teorías elaboradas en torno al tema. Pese a hallazgos tan controvertidos desde hace más de cinco décadas, hay dos cosas en las que parece haber un acuerdo: 1) La televisión roba tiempo los niños y 2) Los niños aprenden de la televisión.

Se examinan los resultados por los que se llegan a dichas conclusiones, estableciéndose que los contenidos televisivos forman parte del entorno mediático donde nacen y crecen los niños y, por ende, tienen un impacto en su desarrollo y aprendizaje. Finalmente, se propone qué podemos hacer la sociedad, los padres y los educadores.

Palabras clave: televisión, niños, entorno mediático.

La televisión es el medio de comunicación más utilizado por niños y jóvenes

Hoy en día hay quienes restan importancia a la televisión afirmando que la computadora la desplaza. Después de todo, Internet logró un número de usuarios en siete años que la televisión alcanzó en 16. (U.S. Department of Commerce, 1998). Un reciente estudio en varios países de Latinoamérica, patrocinado por la empresa española Telefónica, reveló que Internet es el medio preferido por los niños entre 10 y 18 años. La llamada “generación interactiva” prefiere la web a la televisión –reporta dicho estudio– y señala que seis de cada diez encuestados dijo haber tenido su primer teléfono celular a los 12 años, edad que marca el momento de ingreso a la ciberadolescencia. La investigación de Telefónica encuentra que más del 50% de niños y jóvenes de la región latinoamericana tiene ya computadora en casa (Sur Cultura, 2008). En concordancia con lo anterior, en su último reporte la Asociación Mexicana de Internet indica que 14 millones de cibernautas en nuestro país tienen entre 12 y 24 años, lo cual es sorprendente pues si consultamos las últimas cifras del INEGI disponibles en línea (2005), y sumamos los quinquenios de 10 a 14, de 14 a 19 y de 20 a 24 años de edad, obtenemos una cifra de 22 756 325 donde más del 50% es ya cibernauta, según la AMPICI.



Hay un tono de esperanza en la afirmación de que las TIC están desbancando a la televisión. Se comprende; después de todo la televisión ha sido un medio subutilizado reducido a “entretener a espectadores”, en tanto que las tecnologías de información y comunicación se relacionan con usuarios activos que navegan, leen, producen y comunican contenidos. Son ciertamente medios muy diferentes. Pero el tema que busco poner a su consideración en este ensayo no es sobre las propiedades de cada medio o la velocidad de aceptación de la TIC; sino establecer que hoy, aquí y en otros países, los contenidos televisivos forman parte de la vida del niño desde que es un preescolar y que las nuevas tecnologías no han sustituido a la televisión. Simplemente en México –y acudo de nuevo a las cifras del INEGI–, la población menor a 19 años es de 40 millones, aproximadamente. A esto hay que agregar que “ la televisión ha alcanzado un nivel de penetración sumamente importante entre toda la población del país, ya que cerca del 87% de los hogares posee como mínimo un televisor, y dicho nivel de penetración es aún mayor si hablamos exclusivamente de las áreas urbanas, en donde ha alcanzado al 97% de los hogares (Gómez Palacio, 1999).

Para la mayoría de los niños la TV sigue siendo el medio que está más a su alcance. Para usarla no se requiere ninguna habilidad especial, como sucede con las TIC y con los libros. No hay que comprar entradas, ni desplazarse a una sala de cine. La televisión es esencialmente diferente de otros medios. No se necesita ser alfabeto, ni ser un lector de libros. El receptor no necesita dinero, ni transporte; es gratis, está en casa y cualquiera la puede ver desde sus primeros años hasta el final de sus días. En síntesis, es un medio que requiere poco esfuerzo y del cual se obtiene mucha recompensa (Scharmm, 1973). La imagen, colorido y animación la hacen más atractiva que el radio, hasta para “escuchar” música. Y aunque la televisión hace su aparición en los hogares en la década de los cincuenta, el desarrollo de diversas innovaciones –televisión por cable, satelital, videograbadoras, videojuegos, películas en DVD, televisiones de alta definición– han potenciado su distribución y se calcula que en un hogar típico en América del Norte la televisión está prendida aproximadamente seis horas diarias; una hora más que hace una década (Nielsen, 2006).

Hace más de dos décadas se encontró que en México el promedio semanal de exposición a la televisión era de 2 horas 50 minutos (Fernández, Baptista y Elkes, 1992). Se identificó, además, una relación curvilínea en donde niños pequeños veían menos de una hora al día. Este tiempo se incrementaba a medida que el niño crecía hasta llegar a un pico de casi tres horas de televisión diarias a la edad de 12 años. A partir de aquí disminuía el tiempo dedicado a la televisión, y crecía el interés por otros medios tales como el radio y los discos. Hoy, académicos encuentran que ninguna actividad de entretenimiento ocupa más el tiempo de los jóvenes que la televisión, incluidos los canales de música (Roberts y Foehr, 2004).

Así pues, como lo establecieron Scharmm, Lyle y Parker en su clásico estudio de 1961, ver televisión, dormir e ir a la escuela continúan siendo las tres principales actividades de los niños. Scharmm relata en su estudio el enorme atractivo que la televisión ejerció en los niños desde aquella época, encontrando que los que no tenían aparato televisor, iban a casa de amigos a verla. El estudio comprendió una muestra de 6 000 niños donde, en la mayoría de los hogares, había un televisor blanco y negro. Las generaciones actuales tienen más opciones televisivas, no sólo en cuanto canales, videojuegos y películas, sino también en relación con el número de televisores en casa, teniendo inclusive en su propia recámara. ¿Cómo afectan estas innovaciones?

La respuesta más simple con base en las investigaciones revisadas es que la televisión se usa más ahora que antes. Hay más segmentación de mercado en cuanto a géneros (comedia, acción, musicales, deporte, cocina, moda, cultura, etc.), pero se concluye que el uso de la televisión se ha potenciado porque ahora, además de la programación regular, se incluyen videojuegos, películas y videoclips. A dicha conclusión llegan Roberts y Foehr (2004) después de emprender un estudio que arranca en Estados Unidos en 1999 con objeto de comprender el entorno mediático de los niños justo antes de comenzar el nuevo milenio. Con una muestra nacional de 2 032 niños y jóvenes entre 8 y 18 años de edad, a los que aplicaron cuestionarios y entrevistas, los sujetos entregaron además diarios sobre el uso que hacían de diferentes medios. La investigación ha proseguido y publicado nuevos hallazgos en 2005 que confirman un uso mayor en términos de tiempo y formatos, pero se corrobora lo anteriormente encontrado por investigadores tales como Himmelweit, Oppenheim y Vince (1958); Ellen Maccoby (1954); Schramm, Lyle y Parker (1961); Halloran (1979); Chaffe y McLeod (1972); Greenberg y Dervin (1979); Atkin (1979); Fernández y Baptista (1976); Korzenny et al. (1978); Greenberg, Fernández y Baptista (1992), entre otros, que apuntan a la televisión como el medio dominante en la vida de los niños, por ejemplo: a menor nivel socioeconómico ven más televisión; a menor educación formal, aprenden más de todo tipo de programas como noticieros, telenovelas y de acción. Adicionalmente y en contra de las expectativas de Roberts y Foehr (2004) en torno a encontrar un menor consumo de TV por haber ahora mayor oferta de otros medios, encuentran que el 20% de los sujetos entre 8 y 18 años de edad ven cinco horas diarias de televisión, promedio mayor al de hace 30 o 40 años (2 horas, 50 minutos). Estos autores establecen que los niños y jóvenes pasan más de un tercio de una jornada interactuando con los medios (música, revistas, libros, cine, computadoras), pero 40% de ese tiempo lo consumen con la televisión. En décadas anteriores se estimó (Fernández, Baptista y Elkes, 1992) que 60% de los niños realizaban otras actividades mientras veían la televisión (30% tarea, 15% comer, jugar o dibujar; y 11.6% veía varios programas a la vez) y esta tendencia ha ido en aumento con la introducción de otros medios como la computadora y el Internet. Sin embargo, ¿cuál es el impacto real de todo esto?

Teorías sobre la influencia de los medios de comunicación

Responder a la pregunta anterior no es fácil. Cientos de investigaciones se han hecho sobre la relación niños-televisión que oscilan entre los alarmistas, que refieren asesinatos cometidos por un espectador después de ver un programa, y aquellos estudios sistemáticos y rigurosos que encuentran una relación positiva pero moderada entre exposición a ciertos contenidos y la posterior exhibición de conductas antisociales. Umberto Eco (2003) se ha referido al primer grupo como los “apocalípticos” y a los segundos como “los integrados”.

Los apocalípticos encuentran en la cultura de masas la “anticultura”, la decadencia. Pertenecen a una tradición de estudios sobre la “cultura de masas” que inicia antes de la Segunda Guerra Mundial y aborda el análisis crítico de los medios de comunicación y su consecuente manipulación de la sociedad. Esta corriente fue iniciada por la Escuela de Frankfurt en plena época del nazismo (1939-1945) cuando la propaganda de guerra confería a los mensajes de radio y cine un enorme poder (Baptista, 2009). Para esta tradición los medios de comunicación son meros instrumentos para imponer una ideología.

Otro abordaje al estudio de los medios de comunicación es el de las Ciencias Sociales, que inicia también con la noción de los medios omnipoderosos, concibiéndose la sociedad como un organismo al que es posible inyectar cualquier mensaje para obtener el efecto deseado, por lo que se denominó Teoría de la aguja hipodérmica (McQuail, 1986; De Fleur, 1975).

Pero como en Ciencias Sociales interesa emplear un método por el cual las hipótesis se comprueban o se descartan, se ha concretado un mejor conocimiento sobre el fenómeno de cómo influyen los medios de comunicación. El primer avance lo hizo Paul Lazarsfeld al desechar esta visión de “medios inyectando mensajes” y establecer, con base en sus investigaciones en radioescuchas, que los medios tienen efectos limitados (Katz y Lazarsfeld, 1955). Específicamente el estudio giró en torno a los efectos sobre la audiencia después de la transmisión radiofónica de “La guerra de dos mundos”, radionovela producida por Orson Welles y transmitida en vivo en 1938, donde el planeta Tierra es atacado por los marcianos.
[1] El guión empieza cuando un “reportero” interrumpe un programa con un “corte informativo” y narra agitadamente cómo los marcianos llegaron a Estados Unidos y descienden de sus naves. Se calcula que este programa fue oído por 5 millones de personas; sin embargo, solamente un millón tomaron asustados algún tipo de acción, tales como huir de sus casas y esconderse en las montañas (Baran, 1998). Pero, ¿qué disparó estas conductas?, ¿por qué no toda la audiencia entró en pánico?

Katz y Lazarsfeld (1955) establecieron en un estudio post facto un complejo patrón de interacciones entre los medios y sus efectos. Documentan cómo las relaciones sociales, es decir, la comunicación interpersonal, es la que mediatiza, neutraliza o exalta los mensajes de los medios de comunicación. Estos resultados son importantes pues de la misma manera se aplica en el caso de los niños, pues padres y maestros matizan los mensajes televisivos por lo que influyen más en la conducta de los pequeños que los mismos medios de comunicación.



Sin embargo, el no poder reunir suficientes pruebas acerca de los efectos directos sobre las personas que están expuestas a los medios de comunicación, llevó a Joseph Klapper (1974) a proponer su Teoría del reforzamiento, donde establece que los medios refuerzan actitudes ya existentes, es decir, es más agradable ver y oír en televisión mensajes acorde a creencias y valores que ya se tienen, que exponerse a mensajes que causan en las personas un desequilibrio o incomodidad. De este modo, se argumenta que acudir a un medio es buscar una confirmación satisfactoria del propio sistema de creencias, lo que nos lleva a hablar del enfoque de uso y gratificaciones.

Los principales exponentes de esta teoría son Elihu Katz, Jay Blumer y Michael Gurevitch (1974) quienes conciben a la audiencia como psicológicamente activa. El patrón de uso de medios se debe a una motivación psicológica, a una necesidad, y dependiendo de esa necesidad los individuos escogen ciertos medios y ciertos contenidos. Por ejemplo: Francisco, un niño de 12 años, no se pierde el noticiero (conducta) que da todos los resultados de futbol de la semana (contenido informativo); lo hace porque quiere conocer estos datos (motivante) y satisface su necesidad (al estar informado) al encontrar una gratificación de poder informar y discutir con sus amigos las últimas noticias futbolísticas (sirve para interrelacionarse socialmente).

Siguiendo con este ejemplo, la teoría de Usos y gratificaciones explica por qué los individuos usan ciertos medios de comunicación para satisfacer necesidades. Esta corriente considera al receptor como la parte más activa, ya que su premisa indica que son las personas quienes acuden a los medios, utilizándolos para satisfacer alguna necesidad que se experimenta. Umberto Eco (2003) llama a esta acción “estar integrado, como si los medios fueran inocuos”, pero en realidad busca dilucidar la relación niño-televisión, donde el término “efecto” (Scharmm, Lyley y Parker, 1961) empaña otros fenómenos sociales a los que hay que poner atención, pues la televisión proporciona a los niños diversión, juegos, temas de conversación, compañía, o bien la usan como fuente de aprendizaje y puerta de escape a un sistema social que produce tensiones y conflictos. Pero, ¿por qué estos niños están aislados y no tienen otras actividades y fuentes de estímulo e información? No se trata de exonerar a la televisión ni a sus contenidos, pero sí debe analizarse qué están haciendo al respecto las personas responsables del desarrollo de los niños, es decir, sus padres y maestros.

El debate de la violencia en televisión y sus efectos

Padres y maestros aún preguntan: ¿qué efectos tiene la violencia televisada?, ¿se imitan las conductas antisociales de la televisión?, ¿ver violencia tiene un sentido catártico?, ¿evasión de una realidad que es aún más violenta? Las respuestas a estas cuestiones generan muchas investigaciones y los resultados son muy controversiales. Algunos estudios contabilizan el número de actos violentos en los contenidos televisivos (Israel y Robinson, 1972). Gerbner (1980) asegura que en una semana típica, dentro del horario estelar, hay un promedio de 21 criminales, 41 defensores de la ley y 15 asesinatos. Esta mezcla entretiene cada semana a nuestros niños y a los adultos.

Tales cifras preocupan y hacen pensar en los posibles efectos, pues las imágenes son tan fuertes que no pueden ser inocuas. En estudios de laboratorio (Lowery y De Fleur, 1975) se ha observado que los niños que ven contenidos muy violentos por televisión, muestran posteriormente conductas más agresivas que aquellos expuestos a programas sin violencia. Sin embargo, no se ha demostrado si estas conductas antisociales son a largo plazo.

Respecto a la violencia televisiva en México, el doctor Josep Rota
[2] condujo una interesante línea de investigación en la Universidad Anáhuac y la Universidad Iberoamericana donde en la década de los años setenta se estudió el impacto de la violencia televisiva en niños mexicanos. En general se encontró evidencia no concluyente, pero se sugirió que en muchos hogares se vive mayor violencia en casa entonces, ¿hay un efecto catártico? Sí, en el sentido en que probablemente sirve a la audiencia de relajación emocional, con un efecto calmante y de evasión ante situaciones de la vida real que no pueden manejarse.

Por otro lado, Rebeil, Gómez y Pérez (2008) establecen que en las principales cadenas de la televisión mexicana –Televisa y TV Azteca– y en todos los géneros televisivos hay una buena dosis de violencia. Los contenidos amarillistas y los llamados reality shows contienen un lenguaje crudo e imágenes fuertes que llevan a un proceso de degradación ética y estética. En este mismo libro se encuentra un artículo de Helen K. Hewes (2008) que, apoyada en la teoría del aprendizaje de Albert Bandura, concluye que los niños modelan comportamientos de la televisión y que quizás el más grave efecto es que se insensibilizan y aprenden a aceptar la violencia como un hecho normal. Efectivamente, en la televisión se proyecta una “violencia feliz”: es rápida, emocionante, cool, y hay un final feliz que prepara a la audiencia para ser receptiva al siguiente comercial.

Albert Bandura (1971), con su teoría del aprendizaje social, se contrapone a la noción de catarsis. La teoría de Bandura propone que los niños imitan conductas de la televisión e introduce el concepto de reforzamiento vicario, enfatizando el efecto del contexto de la violencia televisada, es decir, que si un personaje delincuente es castigado por la ley, si el mensaje de violencia proyecta claramente que se comete un acto reprobable y éste es sancionado por la sociedad, puede servir para inhibir acciones agresivas o violentas en el telespectador. En resumen, la violencia ayuda a educar. Por el contrario, si el malo de la película o el criminal es presentado como héroe, o es impune y cínico, se debilita esa asociación entre violencia y castigo, violencia y maldad, acto antisocial y no deseable. La conducta observada se aprende en su contexto social. Así, la televisión se convierte en un agente de socialización, junto con los padres y la escuela.

De la misma manera, Bandura advierte que también pueden aprenderse comportamientos altruistas, pues en los programas televisivos hay tanto conductas antisociales como prosociales (Greenberg, Edison, Fernández, Atkin y Korzenny, 1980), y para los niños son parte del reportorio de conductas que aprenden del mundo adulto. Pero, ¿qué hacer cuando se presenta un conflicto en la vida real? Si en casa se aplica la violencia y en la televisión también, se refuerza este efecto; si padres y maestros enseñan alternativas para la solución de conflictos se neutraliza el efecto televisivo, pues la influencia de personas significantes en la vida del niño
[3] será mucho más potente que la caracterizada en cualquier programa de televisión.

La evidencia hasta ahora no ha podido establecer una relación causal entre violencia televisada y conductas agresivas, pues ciertos programas afectan a los niños (dependiendo del contexto donde viva el niño) de distinta manera. La investigadora Wartella (1995) establece que de todos los factores que contribuyen a la violencia en nuestra sociedad, quizás la que transmite la televisión sea la más fácil de controlar. De cualquier manera, legisladores, científicos y padres de familia continúan con este debate, y 50 años de investigación sobre los efectos de la violencia televisada en el desarrollo social y emocional del niño no han podido establecer un acuerdo al respecto

2009: ¿Qué tenemos en claro en torno a la relación niño-televisión?

Bajo todas las consideraciones anteriores emerge que: 1) la televisión roba tiempo a los niños, y 2) los niños aprenden de la televisión. Ahora bien, a partir de estas dos premisas hay que precisar qué dejan de hacer los niños y qué cosas aprenden con el fin de valorar la gravedad de estas afirmaciones.

Al tener un promedio entre tres y cuatro horas diarias de exposición al televisor, no es difícil imaginar que el niño deja de hacer muchas otras actividades físicas e intelectuales. Por ello, los pediatras advierten, con alarma, que la obesidad en los niños es un problema de salud pública y que, aunque multicausal, uno de sus orígenes más importante es el hecho de pasar demasiadas horas sentados ante un televisor (Robinson, 1999; Christakis y Zimmerman, 2006).

Asimismo, estudios longitudinales han establecido que más de una hora diaria de televisión antes de los tres años de edad, tienen efectos posteriores de falta de atención a los siete años (Zimmerman y Christakis, 2005). Otros estudios sugieren un deterioro en el desarrollo de habilidades sociales en los niños que ven cuatro horas diarias de televisión debido a la falta de juegos, deporte y el trato con otros niños.



Es importante señalar que la evidencia indica que esta situación es cómoda para los padres. Por ejemplo, en la investigación de Roberts y Foehr (2004) los niños reportaron que “no era estimulante” ver tanta televisión. En México, Fernández, Baptista y Elkes (1992) preguntaron a los niños: ¿Qué prefieres hacer en tu tiempo libre?; a lo que la mayoría contestó: Estar con mis papás (23.2%); jugar (21.1%), y ver la tele (19%).

La televisión está al alcance de los niños, pero de la familia depende cómo se estructure el tiempo de un pequeño, pues debe realizar tareas, hacer ejercicio, dormir las horas necesarias para levantarse e ir a la escuela, etc. También la elección de programas y con quién ven los niños la televisión actúan como variables moderadoras de los posibles efectos y nos habla de un estilo de crianza donde es importante el desarrollo integral del niño. En la investigación mencionada (realizada con 2 050 niños de la Ciudad de México), aproximadamente la mitad reportó que en sus hogares había algún tipo de control sobre los contenidos y el número de horas para ver televisión. Korzenny, Greenberg y Atkin (1978) afirmaban que los padres son el principal mediador entre el niño y cualquier mensaje antisocial de la televisión; sin embargo, la evidencia actual apunta a que ver la televisión con alguno de los padres es la excepción y no la regla (Roberts y Foehr, 2004). Los padres pueden tener diferentes estilos disciplinarios, pero el ejemplo es quizás lo que más influye en la conducta del niño, pues un padre que ve ocho horas de televisión los domingos, sin hacer ninguna otra cosa, es un modelo negativo de cómo distribuir el tiempo. La idea no es prohibir la televisión, pero tampoco se puede convertir en la única actividad de la familia, o en un ruido de fondo siempre prendido que evita la comunicación y la concentración en otras tareas.

Pero, ¿cuánto tiempo pasan los niños ante el televisor? Cuatro horas diarias en promedio. Así pues, la televisión es la responsable de los contenidos, pero los padres de familia lo son por el tiempo que pasan ante estos contenidos. La exposición de los menores obedece, generalmente, al patrón que se sigue en casa. La televisión es muy buena para entretener, pero no para educar, y esto sucede si no se controla el tiempo, ni la selección de los programas. Los adultos somos responsables de procurar a los niños con otras experiencias de aprendizaje y de estructurar su tiempo. No tiene nada de negativo ver algunos programas para divertirse, pero esto no puede ser la única actividad de todas las tardes, e incluso la prioritaria en el momento de hacer la tarea. Un ambiente ideal proporciona a los niños otros retos y estímulos para el desarrollo de nuevas habilidades y capacidades que lo ayudarán a enfrentar el mundo del futuro. Los padres están en posición de dosificar el tiempo de exposición de sus hijos a la televisión y orientarlos en la selección de los contenidos de acuerdo con su edad o, al menos, ver la televisión con ellos, haciendo comentarios que transmiten sus propios valores y contrarrestan los que da la televisión. Todas estas acciones tienen un común denominador: involucrarse en la vida de los menores. ¿Tienen los padres tiempo para ello?

Los niños aprenden de la televisión

Pese a que no es el medio ideal para educar, la televisión enseña. Propone maneras de ver el mundo y etiqueta a las personas; sugiere juegos, modas y temas sobre los cuales hablar; ofrece modelos de comportamiento, y le confiere estatus a las personas y a las organizaciones. Al ser parte del entorno de información y mensajes para los niños, contribuye a su educación.

De esta manera, los niños aprenden nociones estereotipadas de la vida. Por ejemplo, de las telenovelas hacen interpretaciones erróneas del papel de las mujeres en la sociedad. Presenta romances, cortejos, relaciones hombre-mujer con imágenes unidimensionales e incompletas de ambos sexos, lo que conduce a falsas expectativas del amor adolescente basado en el glamour televisivo. Este efecto negativo, de “conocer” una temática que interesa muchísimo al joven, está condicionado a los programas de televisión, sobre todo cuando ésta constituye la única fuente de información respecto al tema.

George Gebner (2005), pionero de los estudios de la violencia en la televisión, consideró que es poco recomendable continuar con dichos estudios pues los resultados siempre serán modestos y poco concluyentes. Los efectos espectaculares son poco cuantificables y observables, pero para Gerbner el efecto real es un goteo, una contribución pedagógica de la televisión hacia las actitudes de las personas. Elabora, entonces, su Teoría del cultivo, basada en que los niños son la audiencia de historias no contadas por sus padres, ni por los maestros, ni por los abuelos, sino por conglomerados mundiales que tienen algo que vender. Éste es el mundo en el que los niños crecen, con una cultura que no es la propia ni la transmitida en su comunidad, sino por una televisión que ha tomado el lugar de otras formas tradicionales de comunicación que antaño nos dieron cohesividad como sociedad.

Anteriormente, George Gerbner (1980) identificó a dos tipos de televidentes: los ocasionales (light viewers) y los asiduos espectadores (heavy viewers), estableciendo que estos últimos tienen una visión mucho más etereotipada de la vida, con nociones muy parecidas a “la realidad” televisiva. Son personas que tienen más miedo de la vida y de su entorno. Por ejemplo, son niños que tienen miedo de crecer y ser adultos porque su frecuente exposición a la televisión invadida por anuncios de medicinas, los conduce a concluir que ser adulto es estar enfermo. Pero más que aprender de la televisión, piensa el autor, ésta se ha convertido en un eje de la cultura. Es como una narradora de historias que explica motivos, indica qué actitudes tener y cómo reaccionar ante las cosas. Da un significado común de una experiencia colectiva, aunque estos significados no sean siempre los más recomendables. En este sentido, la televisión “cultiva” en su audiencia una visión estereotipada con hechos y situaciones que no son del todo verídicas. Por ejemplo, las series televisivas nos muestran que los afroamericanos cometen más actos violentos; que las personas hispánicas son “chistosas” y trabajan como mucamas; que las personas con acentos rusos son maleantes; que los italo-americanos son gángsteres; que las mujeres atractivas manipulan a los hombres, etc. Los personajes son buenos-buenos o malos-malos. No hay seres complejos ni personas multidimensionales. La vida y sus circunstancias se reducen a la búsqueda de amores imposibles, a la venganza de ingratitudes y persecuciones con armas de alto poder. La población que aparece en la televisión son, en su mayoría, jóvenes, fuertes y guapos, o bien graciosos, con chistes de doble sentido o a expensas de los demás. Estas definiciones de la “realidad” social promueve, exagera y refuerza nociones equivocadas de ésta. Por ello, Gerbner (1990, p. 61) señala que las tres tres funciones para la construcción de la realidad del niño son: blurs, blinds y blends.

Blurs, porque empaña la visión de la gente e impide distinguir con claridad particularidades en el mundo real.

Blends, porque mezcla la realidad propia con la corriente de moda.

Bends, porque tuerce la cultura popular hacia los intereses de las televisoras.

Pero, ¿por qué habría de ser diferente? ¿Dónde está escrito que en el teatro u otra forma de expresión creativa se tenga que retratar la vida de cierta manera? ¿No es la televisión un medio en el libre mercado, una institución “democrática” donde el público dicta lo que quiere ver al favorecer tal o cual programa?

En su último ensayo “Un permiso para hacer TV” el gran filósofo alemán Karl Popper (1994) refuta este argumento diciendo que el ofrecer programas de pésimo nivel no es respetar los principios democráticos porque “la gente así lo quiere” y agrega: “la democracia siempre quiso incrementar el nivel de educación; ésta es su más vieja y más tradicional aspiración [...] propiciar el crecimiento de la educación en general ofreciendo a todos mejores oportunidades”.
[4] Ciertamente el raiting no es democracia. Lo ideal sería que las transmisoras pensaran en el niño no como un simple consumidor sino como un ser en desarrollo. Para hacer realidad esta visión, valdría la pena considerar lo sugerido por Popper para acotar el enorme poder educador de la televisión: “Que hubiera un colegio profesional para productores y escritores de contenidos televisivos, y quien trabajara en la televisión lo hiciera con una licencia, con una acreditación de carácter revocable. Y agrega: “Los productores deben aprender que la educación es necesaria en toda sociedad civilizada, y que los ciudadanos de una sociedad de este tipo se comportan cívicamente, y éste no es el resultado la casualidad sino de un procesos educativo. Y, ¿que en qué consiste el comportamiento civilizado? En reducir la violencia”.

De pensadores como Popper e investigadores de la comunicación como Gerbner, se inspira una escuela de ecología de la comunicación
[5] que sostiene que el ambiente mediático debe preocuparnos igual que la fauna, la flora y el aire que respiramos, pues somos responsables de ese entorno que rodea a los niños y del cual aprenden porque “para que puedan prepararse para sus futuras funciones y deberes, convertirse en ciudadanos, ganar dinero y llegar a ser los padres de la próxima generación, necesitan un entorno que les enseñe precisamente eso”. Popper sugiere reglas, una organización colegiada que cuide de ese entorno, y Gerbner propone el “Media Literacy” o el alfabetismo en medios donde se enseñe a los niños a ser críticos ante la televisión y la publicidad. Conocimientos sobre cómo se producen los programas, cuáles son los intereses de los patrocinadores, la identificación de efectos especiales, de emociones producidas, de cómo son los personajes y el contraste de la demografía de la televisión con los de la vida real, son actividades que ayudarán a los niños a distinguir claramente entre ficción y realidad.[6]

En conclusión, la televisión forma parte del entorno o medio ambiente donde crecen los niños. Les quita tiempo para otras actividades y “les educa”, por ello, son tres las acciones que pueden llevarse a cabo: 1) la sociedad debe legislar y certificar la preparación de los productores de televisión, de forma profesional y colegiada, en bien del niño y su desarrollo integral; 2) los padres de familia deben involucrarse en las actividades de los niños, estructurando efectivamente el tiempo de los menores y, si eligen ver televisión, mediar en los contenidos que ésta ofrece; y 3) la escuela (y quizás el camino más efectivo, a corto plazo) debe incluir en su currículo una alfabetización en medios de comunicación.

De esta manera, se les enseña a los niños a ser críticos ante los contenidos televisivos.


Referencias

AMIPCI (2007). Usuarios de Internet en México. Uso de Nuevas Tecnologías. Asociación Mexicana de Internet, A.C. Recuperado de http://www.amipci.org.mx/temp/EstudioAmipci2007UsuariosdeInternetenMexicoyUsodeNuevasTecnologias-0774881001231460148OB.pdf
Arriaga, P. (1973). Violencia en televisión; efectos en la preferencia de los niños por el comportamiento violento. Tesis de licenciatura. Departamento de Comunicación. Universidad Iberoamericana.
Atkin, C.K. & B.S. Greenberg (1979). Parental Mediation of children’s social behavior: learning from television. Report for The Agency for Children Youth and The Family, Washington, D.C.
Bandura, A. (1971). Influence of model´s reinforcement contigencies on the acquisition of imitative responses. Journal of Personality and Social Psychology. I:589-595.
Baptista, P. (2009). Teorías sobre los medios de comunicación. En C. Fernández y L. Galguera (coords.). Teorías de la comunicación. México: McGraw Hill Interamericana.
Baran, S. (1998). Introduction to Mass Communication, Media Literacy and Culture. Mountain View, Ca.: Mayfield Publising Company.
Cienfuegos, C. (2008). Inseguridad social y televisión. En M.A. Rebeil y D. Gómez (coords.) Ética, Violencia y Televisión, México: Editorial Trillas-Universidad Anáhuac.
Chaffee, S.H. & S.M. McLeod (1972). Adolescent televisión use in the family context. En Rubinstein and Comstock (eds.). Television and social behavior. Vol. 4. Washington D.C. Government Printing Office.
Christakis, D.A. & F.J. Zimmerman (2006). Media as a public health issue. Archives of Pediatric Adolescence Med. 2006. 160 :445-446.
Cornejo Portugal, I. (2008). Televisión-violencia-sociedad ¿Un juego de espejos? En M.A. Rebeil y D. Gómez (coords.) Ética, Violencia y Televisión, México:Editorial Trillas-Universidad Anáhuac.
DeFleur, M.L. (1975). Theories of Mass Communication. En D. McKay y H. Eco (2003) Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, México:Editorial Tusquets. 3ª. edición.
Fernández Collado C. & P. Baptista (1976). Usos y gratificaciones de la televisión por los niños. Tesis de licenciatura. Facultad de Ciencias de la Comunicación. Universidad Anáhuac.
Fernández Collado, C., P. Baptista & D. Elkes (1992). La televisión y el niño. México: Editorial Oasis.
Gerbner, G. (1980). The Mainstreaming of America; Violence Profile, no. 11. Journal of OCmmunication, 30:10-29.
Gerbner, G. (1990). Epilogue: Advancing on the path of righteousness. En N. Signorelli y M. Morgan (eds.) Cultivation analysys: New directions in media effets research. Newbury Park, CA: Sage.
Gerbner, G. (1994). Reclaiming our cultural Mythology en The Ecology of Justice, The Context Institute.
Gerbner, G. (2005). Explosión de violencia en los Medios Globales (Global Media Mayhem). Global Media Journal, traducción de Adriana Certuche.
Gómez Palacio, C. (1999). Comunicación y Educación en la Era Digital. México: Editorial Diana.
Greenberg, G.S. & B. Dervin (1970). Use of the mass media by the urban poor. New York: Praeger.
Greenberg, B. S., N. Edison, F. Korzenny, C. Fernández Collado & C.K. Atkin (1980). Antisocial and prosocial behavior on television. En Greenberg (ed.) Life oon Television: Content analyses of US T.V. New Jersey: Ablex Press.
Greenberg, B.S., C. Fernández & P. Baptista (1992). The uses of mass media by young people. An International Study. Michigan State University. East Lansing, MI.
Hewes, H.K. (2008). Caricaturas infantiles y construcción de la agresión. En M.A. Rebeil y D. Gómez (coords.). Ética, Violencia y Televisión, México: Editorial Trillas-Universidad Anáhuac.
Himmelweit, H.T, A.N. Oppenheim & P. Vince (1958). Television and the child. London: Oxford University Press.
Halloran, J. (1970). The effects of televisión. London: Panther Books.
Hidalgo, J.A. (2008). Acoso moral, una victimología mediática preventiva. En M.A. Rebeil y D. Gómez (coords.). Ética, Violencia y Televisión, México: Editorial Trillas-Universidad Anáhuac.
INEGI. Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Conteo de población y vivienda 2005 Población total por entidad federativa, edad desplegada y grupos quinquenales. Recuperado de
www.inegi.gob.mx/est/contenidos/espanol/sistemas/conteo2005/default.asp?s=est&c=10398.
Israel, H.H. & J.P. Robinson (1972). Demographic characteristics of viewers of television violence and news programas. En Rubinstein y Comstock (eds.). Television and social behavior. Vol. 4. Washington D.C. Government Printing Office.
Katz, E. & P. Lazarsfeld (1955). Personal influence: The part played by people in the flow of communication. New York:Free Press.
Katz, E., J.G. Blumer & M. Gurevitch (1974). Uses of mass communication by the individual. En W.P. Davidson y F.T.C. Yu (eds.). Mass Communication research: Major issues and future directions New York: Praeger.
Klapper, J. (1974). Efectos de la comunicación masiva. Madrid: Editorial Aguilar.
Korzenny, F., B.S. Greenberg & C.K. Atkin (1978). Styles of parental disciplinary practices as mediator of chldren’s learning from antisocial portrayals. Reporte preparado para The Agency for Children, Youth and Family. Washington, D.C.
Kowslowski, O., M. Kuri, A. Llorente, M. Muriel & S. Zielanowski. Efectos de diversos tipos de violencia televisada sobre la conducta agresiva de los niños. Tesis de licenciatura. Facultad de Comunicación. Universidad Anáhuac.
Lowery, S.A. & M.I. de Fleur (1975). Milestones in mass communication research. White Plains, NY: Longman.
Maccoby, E. (1951). T.V.: Its impact on School Children. Public Opinion Quarterly, núm. 15.
McQuail, D.S. (1986). Mass Communication Theory: AN Introduction. Beverly Hills, CA. Sage.
Martin del Campo, A.I. (1976). Efectos de grados diferenciales de intensidad de violencia televisada en las actitudes hacia la violencia de los niños en función de su integración social. Tesis de licenciatura. Departamento de Comunicación. Universidad Iberoamericana.
Nielsen Reports (2006). Nielsen National Audience Report by Nielsen Company. Cifras sobre televisión. Recuperado el 12 de diciembre de 2008 de
http://www.tvturnoff.org/.
Poper, K. (1994). Un permiso para hacer televisión. Excélsior, 29 de noviembre de 1994. Traducido por Roberto Armocida publicado orginalmente en italiano.
Rebeil, M.A. & D. Gómez (coords.) (2008). Ética, Violencia y Televisión, México: Editorial Trillas-Universidad Anáhuac.
Rebeil, M.A., D. Gómez y C. Pérez Hernández (2008). Flujos programáticos y contenidos de violencia en la televisión comercial. En Rebeil, M.A. y D. Gómez (coords.). Ética, Violencia y Televisión, México: Editorial Trillas-Universidad Anáhuac.
Reynaud, A.F. (1977). Estudio sobre los efectos de dos tipos de contenidos violentos televisados en las actitudes de los niños hacia la violencia y su relación con la conducta violenta de la familia. México, D.F. Tesis de licenciatura. Departamento de Comunicación Universidad Iberoamericana.
Roberts, D.F. & U.G. Foehr (2004). Kids and Media in America: Patterns of Use at the Millennium. Cambridge University Press.
Robinson, T.N. (1999). Reducing children's television viewing to prevent obesity: a randomized controlled trial. JAMA. 282:1561-1567.
Shramm, W., J. Lyley & E. Parker (1961). Television in the lives of our children. Ca.: Stanford University Press.
Scharmm, W. (1973). Men, messages and media: a look at human communication. New York: Harper and Row.
Share, J., T. Halls & E. Thoman (2006). Cinco preguntas clave que pueden cambiar el mundo: 25 actividades de clase para alfabetismo en medios. Recuperado el 16 de enero de 2009 de
http://www.eduteka.org/modulos.php?catx=2&idSubX=34.
Sur Cultura (2008). Telefónica, noticia de su investigación. Sur Cultura. Recuperado en diciembre de 2008 de
http://www.surcultural.info/2008/11/los-mas-chicos-prefieren-internet-a-la-television/.
U.S. Department of Commerce (1998). The Emergence of the Digital Economy. Recuperado el 18 de abril de 1998 de www.commerce.gov/danc1.htm.
Wartella, E. (1995). Media and problem behaviors in young people. En M. Rutter y D. Smith (eds.). Psychological Disorders in Young People: Time Trends & Their Origins. Manchester, England: Wiley and Sons, 296-323.
Zimmerman, F.J. & D.A. Christakis (2005). Children's television viewing and cognitive outcomes: a longitudinal analysis of national data. Arch Pediatr Adolesc Med. 159:619-625.



[1] Para leer el guión de la transmisión radiofónica y reacciones del público véase http://www.hourofthetime.com/warofthe.htm.
[2] Josep Rota es profesor y líder académico de la investigación sobre niños y televisión. Dirigió varias tesis en la Universidad Iberoamericana y en la Universidad Anáhuac sobre la violencia en televisión.
[3] Véase J. Hidalgo (2008), donde el autor establece cómo la televisión y los medios forman parte de nuestros “otros significativos”, es decir, personas que son referentes en nuestro actuar. Al igual que los padres, la escuela, la familia, la televisión definen, de alguna manera, el desarrollo de las personas.
[4] Ensayo publicado de forma póstuma, en el periódico Excélsior el 24 de noviembre de 1994.
[5] También Marshall McLuhan estaría en esta tradición. Véase cómo se ha articulado hoy en día una asociación de ecología de los medios en la Universidad de Toronto y en la Universidad de Nueva York en http://www.media-ecology.org/media_ecology/
[6] El lector interesado puede ver en el sitio de la fundación colombiana Gabriel Piedrahita Uribe http://www.eduteka.org/modulos.php?catx=2&idSubX=29 proyectos y actividades para integrar en el aula un currículo de “media literacy” o alfabetismo en medios.

Álbum de familia: las imágenes cinematográficas del padre



Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán
Armando Meixueiro Hernández

Resumen

El presente artículo se aproxima a la imagen cinematográfica de uno de los protagonistas de cualquier familia: el padre. Se detiene en algunas categorías fílmicas y sociales que lo han representado, estereotipado y recientemente modificado tanto en el cine como en la realidad actual.

Algunas de las transformaciones del padre de familia tienen que ver con la representatividad, los cambios de función, la presencia-ausencia, la influencia de las rupturas temporales, el carácter, el rol, etcétera.

Es un artículo que parte de la descripción de los padres en el cine contemporáneo e intenta una primera cercanía analítica.

Palabras clave:
Familia, imágenes, cinematografía, padres, modificaciones sociales.

Introducción

Los niños comienzan por amar a sus padres. Cuando ya han crecido, los juzgan y, algunas veces, hasta los perdonan.
Óscar Wilde

La familia, como unidad básica de la sociedad, el cine la ha retratado de muy diversas formas culturales e históricas, de manera que se ha convertido en un imprescindible en la narrativa cinematográfica. El cine es la gran fábrica de historias. En ellas, los personajes parten de familias y su destino tiene que ver con la formación que reciben en la infancia. El otro gran motor de las historias son las circunstancias que se van entrelazando y hacen girar la vida del personaje.

La familia se ha transformado (en su estructura, relevancia y función) en las últimas décadas en forma contundente. Para Jaques Attali (2007), la familia es la institución más trastocada por la implicación de diversas variables, como son: la demografía, el arte, las relaciones humanas, la política, los factores económicos y laborales, las modificaciones en las estructuras emocionales y, sobre todo, el tiempo que pasan sus miembros frente a los medios, así como el impacto que tienen éstos en la percepción del mundo.

Otros factores que están confrontando a la familia del siglo XXI son el nomadismo (en México medio millón de personas emigran del país anualmente), la virtualidad (espacios intangibles y los no-lugares), el individualismo narcisista y, por supuesto, la protección al derecho de la mujer y de los niños, y la nueva masculinidad.

Por otro lado, Mario Vargas Llosa, en Un mundo sin novelas (2000) argumenta en favor de las letras de ficción algo que también puede aplicarse al cine como fuente de conocimiento (en donde diga literatura o novela, favor de sustituir por cine):

Nada enseña mejor que las buenas novelas a ver en las diferencias étnicas y culturales, la riqueza del patrimonio humano y a valorarlas como una manifestación de su múltiple creatividad. Leer buena literatura [ver buen cine, diríamos nosotros] es divertirse, sí; pero también aprender de esa manera directa e intensa que es la experiencia vivida a través de las ficciones, qué y cómo somos, en nuestra integridad humana, con nuestros actos, y sueños y fantasmas a solas, y en el entramado de relaciones que nos vinculan a los otros […] esa complejísima suma de verdades contradictorias de que está hecha la condición humana. Ese conocimiento totalizador y en vivo del ser humano.

De esta manera, el cine es una fuente de saber en el que nos hemos esforzado por encontrar referentes educativos. En este sentido, una categoría fundamental de las cuestiones educativas es la familia, pues cumple esta función incluso antes que los maestros, los libros y los medios de comunicación. Por ello, es indispensable en este número de Sintaxis dar inicio a una serie de análisis fílmicos sobre como está representada la familia en el cine contemporáneo de las últimas décadas.



En tal sentido, vale la pena recordar que la familia extensa
[1] de las sociedades tradicionales se volvió nuclear en la modernidad debido, en principio, a factores económicos: la familia extensa está más ligada a formas de producción agrarias y la moderna a una participación más industrial. Está por definirse la familia en la era postindustrial.

En el cine se puede distinguir el corte entre estos dos primeros tipos de familias occidentales en forma nítida: en la primera mitad del siglo XX se relatan historias de migración campo-ciudad y de sobrevivencia en núcleos familiares en las grandes urbes. En el caso del cine mundial es notable el ejemplo de estas cintas urbanas y familiares en el neo-realismo italiano, como Ladrón de bicicletas, Milagro en Milán, Rocco y sus hermanos o Humberto D. En México, en los melodramas de Ismael Rodríguez y Alejandro Galindo de la década de los cuarenta y cincuenta. Sin embargo, en los últimos tiempos el cine describe una ruptura en la lógica familiar debida, entre otras cosas, a los cambios en los patrones culturales, poblacionales, de género, las nuevas concepciones de los infantes y a una crisis económica mundial cíclica con más de 30 años de duración, que ha terminado por impactar en la unidad básica de la sociedad en el mundo entero.

México es un país de familias nucleares: 26 102 636 hogares en México (A favor de lo mejor, 2008). Esta contabilidad puede variar dependiendo de la dimensión con que abordemos a la familia.

Marzio Barbagli, por ejemplo, ha señalado tres dimensiones bajo las cuales ha sido captada la realidad familiar en la literatura internacional o cómo ha sido entendido el término familia: la estructura familiar, las relaciones familiares y las relaciones de parentela. La primera comprende el grupo de personas que vive bajo el mismo techo, la amplitud y composición de este agregado de co-residentes, y las reglas con las cuales éste se forma, se transforma y se divide. La segunda dimensión incluye las relaciones de autoridad y de afecto en el interior de este grupo de co-residentes, los modos a través de los cuales interactúan y se tratan, y las emociones y los sentimientos que prueban el uno con el otro. La tercera se refiere a las relaciones existentes entre grupos distintos de co-residentes que tengan lazos de parentesco, la frecuencia con la cual se ven, se ayudan, elaboran y persiguen estrategias comunes para acrecentar o, al menos, para conservar sus recursos económicos, su poder, su prestigio (Esteinou, 2004).

La familia, como asegura Horkheimer, es en realidad el obstáculo más fuerte y efectivo contra la recaída en el estado bárbaro que amenaza permanentemente a los hombres en su desarrollo social.

Consideramos que un buen principio siempre es el padre. “Un buen padre equivale a cien maestros”, decía J.J. Rousseau, y de los no tan buenos son de los que nos enfocaremos en esta artículo.

Así, abordaremos el tema del padre en el cine como una primera aproximación al inmenso imaginario social sobre la paternidad, construido en la cinta de plata.

El comienzo del giro o la muerte del padre gritón y atrabancado

Puntualicemos el cambio de paradigma de finales de la década de los setenta del siglo pasado: una mujer decide encontrarse a sí misma por medio de la realización personal, abandona el hogar, con padre e hijo incluidos, y nace el padre posmoderno en una sola cinta. Nos referimos a Kramer vs Kramer (Benton, 1979).

El viejo molde del pater familia se desquebraja. Atrás quedarían padres de otras cinematografías, culturas y tradiciones, como los que representara en México en la época de oro del cine Fernando Soler en Cuando los hijos se van (Bustillos, 1941), Una familia de tantas (Galindo, 1949) o La oveja negra (Rodríguez, 1949), en las que el padre era el centro familiar, garante y referente obligado de lo que debería ser y hacerse en la familia. El límite exacto de las cosas: estricto y, al menos para su ley, justo.



Aun en el cine americano es imposible imaginar a Marlon Brandon en El padrino (Coppola, 1972) cocinando waffles, lavando platos o corriendo por las calles para salvar al niño, ante un accidente, en el momento de jugar en un parque. Los juicios que pudiera enfrentar este padre siciliano tenían que ver poco con el derecho a la paternidad. Vito Corleone no cambiaría de trabajo para ganar la tutela de Santino o Michael.

Max Horkeheimer (1978) destaca algunos de los elementos de pérdida del poder del padre en la era industrial:

El poder del padre sobre los miembros de la familia, del taller o de la hacienda siempre estaba basado en la necesidad social, en la forma de dependencia directa. Con la desaparición de ese factor esencial se esfumaron también el respeto de los miembros de la familia por el jefe de la casa, su vinculación a la entidad familiar y la lealtad a sus símbolos.

De esta forma, en Kramer vs Kramer se presenta la manera en que la paternidad se volvió problemática. Antes parecía no existir o se reducía al cómodo rol de proveer las necesidades materiales de la familia, pero desde que la escuela, la familia y el Estado dejaron de ser lo que eran; desde que las instituciones sociales de la modernidad experimentaron un agotamiento, la función paterna desembocó en una encrucijada: dejar de existir o transformarse.

Esta mutación ya estaba siendo analizada en los referentes de los estudios de comunicación en América Latina, en el caso de los cómics, por Mattelart y Dorffman (1972). Ellos se preguntaban suspicazmente sobre la evasión de presentar una figura paterna en los dibujos animados de Disney: ni Mickey Mouse, ni el Pato Donald, ni Tribilín eran padres. Ni siquiera algún villano había tropezado en esas dificultades. Pedro El Malo y el Capitán Garfio jamás se preocuparon por llevar el alimento a sus hogares. Y bueno, ¿el tío Rico Mac Pato, Ciro Peraloca, o Pluto tenían hijos? Una misteriosa visión de los progenitores se yergue sobre los principales iconos de Disney.

De ese modo, el señor Kramer es el arquetipo que moldea el futuro de la paternidad. El centro familiar ya no es él sino el hijo, incluso en la escena desconcertante en la que el pequeño corre a los brazos de la madre después de una larga ausencia. Lo que vemos correr es el centro de la familia. En la renuncia final de la madre; es la centralidad a lo que claudica. El padre, qué remedio, se vuelve un poco madre. Ted Kramer intentará ser una buena madre. Hoy todo intento de ser buen padre tendrá elementos de Ted Kramer quien se fue diluyendo entre nosotros.

Este padre disminuido ante el crecimiento de otros elementos de la familia lo vemos repetido muchas veces con diferentes énfasis en incontables películas en que los hijos resultan mucho más inteligentes que el padre, como en Matilda (De Vito, 1996), en donde al progenitor no sólo le pasa desapercibida la inteligencia de su hija, sino que no sabe qué edad tiene, no va a la escuela y la percibe como un ser ajeno a su familia, por lo que Matilda encontrará en los libros la sustitución a los padres; en Hombre de familia (Ratner, 2000) la hija conduce al padre “marciano” (caído quién sabe de dónde) para volverlo a la normalidad; o en Juno (Reitman, 2007) en la que la protagonista de 16 años toma todas las decisiones sobre su embarazo, ante la solidaridad de sus padres y novio, y el desconcierto del entorno.

La deserción del padre

Los padres no deben ser vistos ni oídos: ésta es la única base acertada para la vida familiar.
Óscar Wilde

Frente a la encrucijada que plantea la era posmoderna dominada por el hedonismo, la virtualidad y el regreso a una era nómada, distinguimos una tendencia de que los padres desertan, desaparecen o salen huyendo.

El padre ausente se repite con diversos acentos en cintas de la segunda mitad del siglo XX. Desde los niños trotacalles sin orden, ley o concierto, que no se dejan ver en cintas como Kids, La vendedora de rosas, Perfume de violetas, Barrio, Perversión, La vida en el abismo, etc., pasando por la incomunicación como factor de ruptura y huida (Paris-Texas), hasta cuestiones de imposición y dureza de Carácter. El padre se desvanece, desaparece olvidando responsabilidades, formaciones y continuidades.

Es el padre alcohólico que regresa a Irlanda, su tierra natal, después de intentar el sueño americano, sólo para volver a fracasar arrastrando a la familia (Las cenizas de Angela); o el también alcohólico y lúcido padre que identifica las capacidades diferentes de los hijos en La ley de la calle (Coppola, 1979); o la frase con la que arranca Scorsese sus Buenos muchachos en el barrio italiano de Nueva York, ante la falta de referencias en el hogar: “Toda la vida quise ser un gángster.” Es de la misma forma la despedida de la hija, en el aeropuerto, al entrar en la universidad para casi ser olvidada para siempre (Revelaciones). El cine documenta esta perdida, esta fuga, esta carencia o abandono; la imposibilidad de alguna paternidad.

Creciendo con el enemigo

No creo que exista en la niñez una necesidad mayor que la protección de un padre.
Sigmund Freud

Todavía hay algo peor que la ausencia del padre. El siguiente escalón en descenso al infierno es el padre golpeador. Empecemos con un ejemplo del dictador en casa: David, el genio del piano de la película Shine, en la novela del mismo nombre (Helfgot y Tansakara, 1997), describe alguna parte de su proceso de aprendizaje musical de la siguiente forma:
Padre era un tirano y esperaba mucho de mí. Yo hacía todo lo posible por tratar de entender, pero padre no era muy buen profesor porque él era autodidacta, así que ¿qué se podría esperar? Padre me enseñó de una manera muy brusca, una manera muy rusa, a la manera rusa. Te colocaba ante el piano, y si no tocabas bien, te chillaba y te apartaba del piano a empujones. Más o menos así. Me empujaba con fuerza, con mucha violencia.

Me apartaba del piano, siempre bruscamente, y yo corría hacia Marmena con lágrimas en los ojos. Siempre corría hacia Marmena llorando, porque padre era autodidacta y había aprendido en la escuela de los puñetazos.

Niños sangrantes, con memoria de la furia desmedida señalando el cuerpo, con huellas de dolor imborrables de por vida. Huyendo, refugiándose en el silencio, buscando afanosamente una protección más allá del dulce hogar, en el que habita el enemigo, que da lecciones lastimando indefensos. Cuatro ejemplos de diversas regiones del planeta: El enemigo (1993, EUA), El fanático (1996, EUA), El silencio de Oliver (1997, Reino Unido) y El bola (2000, España).

La última obra que toca el tema de un padre desertor y que luego vuelve para maltratar a sus hijos es El regreso (Zvyagintesa, 2003). En ella, dos adolescentes, Iván y Andrei, padecerán este retorno del padre con un lado oscuro, y que intenta recuperar el tiempo perdido en un viaje a una isla durante una semana. El hijo menor, Iván, estará permanentemente en resistencia ante este ser desconocido que le da órdenes, lo regaña, golpea y le reprochará a Andrei que se deje someter por el invasor de la cotidianidad familiar. Sin embargo, Iván padecerá una nueva y definitiva ausencia del padre.

En El milagro de Berna (Wortmann, 2003) podemos ver, con un desenlace más afortunado, el regreso de un padre que enfrenta serias dificultades para integrarse a su familia. El señor Lubansky, preso en Rusia durante la Segunda Guerra Mundial, regresa a casa en donde encuentra una dinámica familiar distinta: la madre y los tres hijos se han hecho cargo de su propia subsistencia. Cuando el padre quiere imponer nuevas normas genera conflictos que lo obligarán a tomar conciencia de la paternidad, haciendo un esfuerzo por adaptarse a las nuevas condiciones de vida.

Todo lo que necesitas es a Los Beatles

Lo que aprendí en la tarea de crear cuatro hijas, es que no hay una respuesta única, una fórmula mágica, una serie rígida de orientaciones(…), ninguna salida es fácil. Existe el amor.
George Leonard

Close your eyes
Have no fear
The monster's gone
He's on the run and your daddy's here
John Lennon

Para que quede claro el derecho a ser padre y su fuente fundadora, surge el gran homenaje a los Kramer Yo soy Sam (Nelson, 2001), en cuyo juicio se repite el parlamento homenaje/parodia/plagio del juicio del matrimonio Kramer.

Aquí no nos detendremos en el hecho de que la niña esté llegando a una edad mental superior a la del padre y al esfuerzo que tiene qué hacer éste por seguir desempeñando el papel de papá, guiado por una abogada cuyo esposo está a punto de desertar; lo que nos interesa destacar es la filosofía del grupo de rock The Beatles con la que está impregnada la película: Sam aprende de una vecina cómo educar a su hija por medio de las contundentes frases de Lennon y McCartney comenzando con el nombre Lucy hasta la sentencia mayor educativa: “todo lo que necesitas es amor”. El amor de Sam por su hija es semejante al de John Lennon por su segundo hijo Sean, en la vida real, y de esto da cuenta el magnífico documental Imagine (Solt, 1988).

El padre como cómplice

Si uno quisiera entender el suceso cinematográfico de Río místico (2003) y Los golpes del destino (2004) de Clint Eastwood, tendría que regresar a ver el lado oscuro de cualquier hombre en Un mundo perfecto. En esta cinta, Robert Butch Haynes, de fugitivo de la justicia pasa a tomar como rehén a un niño que adopta y que se convierte en cómplice en su huida hacia ninguna parte, muy cerca de Alaska. De esta película tomamos la siguiente sentencia: “Lo mejor que puede hacer un hombre con su vida es ser un buen padre.”



Tal vez la mejor representación de la complicidad entre un padre y una hija sea Luna de papel (Bogdanovich, 1973), en donde vemos a Moses Pray usar a la pequeña Addie a su conveniencia para conseguir dinero después de que su madre ha muerto. Él es un estafador que sortea la depresión económica de Estados Unidos en 1929 vendiendo libros de la Biblia a viudas recientes, inventándoles el cuento de que su esposo las había mandado hacer especialmente para ellas. Cuando la niña se da cuenta de que se quiere deshacer de ella, se compenetra en el negocio y le da un valor agregado por su infancia y aparente inocencia. La relación, que al mismo tiempo es amorosa y conflictiva, retrata de manera inigualable la interacción en el interior de casi todas las familias. A veces los papás y los hijos se estorban, pero se necesitan.

Así se ilustra en Billy Elliot (Daldry, 2000), extraordinaria cinta en la que la decisión de Billy por estudiar ballet, en lugar de box, con lo que cimbra los prejuicios de su padre en la humilde y conservadora colonia inglesa donde viven. De ese modo, el progenitor de Billy experimentará sentimientos encontrados que lo llevarán a comprender su ser paterno.

Pobres pero honrados

En El luchador (Howard,
2005), un viejo boxeador enfrenta a un enemigo que lo supera por mucho en la batalla cuerpo a cuerpo: la crisis de sobreproducción de 1929 en Estados Unidos. La familia, aunque unida, comienza a padecer hambre y desesperación. Un hijo del boxeador roba un pan, y su padre lo obliga a devolverlo a la panadería. En el camino de regreso le dice algo que nunca olvidará: “Nosotros nunca, bajo ninguna circunstancia, robamos.”

No hay regaños, golpes u ofensas. Sólo una explicación clara en el momento preciso con más vocación de aprendizaje que de enseñanza.

Uno de los padres más famosos de la historia del cine, pobre pero honrado, es aquel que nos regaló el neo-realismo italiano en Ladrón de bicicletas. Este hombre es enfrentado a un contexto social absolutamente adverso, la posguerra en la Italia derrotada, y con la mala fortuna de ser despojado de su medio de trabajo: la bicicleta. Su hijo lo acompaña en la búsqueda infructuosa por recuperar el vehículo, y todavía hoy es modelo insuperable de la admiración que siente el hijo hacia su padre.

En Millonarios (Boyle, 2004), Damian, un niño de siete años, lleva hasta las últimas consecuencias, incluso contra su padre, la premisa inspirada por la lectura de la vida de los santos: “Si el dinero sirve para algo, es para hacer el bien.”

Padre y virtualidad

Bob Jones en muy poco tiempo enfrentará dos de las noticias más trascendentes para cualquier existencia humana: saber que va a ser padre y tener una enfermedad terminal; ante esto, toma varias decisiones importantes. Se trata de la cinta Mi vida (Rubin, 1993), en la que Bob decidirá reconstruir su relación familiar lo que conseguirá con el pretexto de la boda del hermano y así dejar un testimonio videograbado para que su hijo, que está por nacer, conozca a su padre. El instrumento que utilizará es una cámara de video portátil que se fueron haciendo comunes en la década de los noventa. Bob le tratará de “enseñar” a su hijo innumerables cosas, desde las más cotidianas como rasurarse, jugar beisbol, enfrentar una entrevista personal o de trabajo, hasta cuestiones relacionadas con su sexualidad por venir. Él asume que si será algo, lo será en forma virtual.

De estos padres virtuales hay otro magnífico ejemplo en Mi querido Frankie (Auerbach, 2004), en donde Lizzie ha huido de su neurótico esposo por años, en compañía de su madre e hijo Frankie, atravesando Escocia. Frankie es un niño listo, pero que carece del sentido auditivo. La madre ha construido a un padre marino que cruza los océanos en un poderoso barco al tiempo que ella señala en un mapamundi los diversos destinos por los que pasa el padre inventado. Frankie le escribe cartas que no llegan a otro destino que no sea el de la lectura de la madre. Ella ha inventado a este padre para saber lo que piensa su hijo y entenderlo mejor. Un día el barco inventado llegará al puerto donde viven Lizzie y Frankie. Lizzie tendrá que objetivizar el imaginario construido en muy poco tiempo. Aquí la complicidad de los tres personajes entrará en juego muy rápidamente.

En La vida de nadie (Cortés, 2002) estamos ante un matrimonio, Emilio y Ágata, que podríamos calificar de envidiable. Es ejemplo de éxito y felicidad para cualquiera en occidente: pareja consolidada, con un hijo, tiene una aparente e inmejorable situación económica con todo lo que esto acompaña: linda casa, buen carro, excelente ropa, lo que se llama un gran nivel de vida. Además, tienen una familia y amigos con la cual se relacionan de manera excepcional. Emilio es un economista financiero que trabaja en el Banco de España. Es el héroe de su hijo. A lo largo de la película nos enteramos que todo este paraíso está sustentado sobre una gran mentira: Emilio es, desde hace algún tiempo, un desempleado más en la península Ibérica. Vive de engañar a los más próximos prometiéndoles ganancias exorbitantes por medio de fórmulas financieras. Todos creen en lo que ven, y lo que observan no es sino un simulacro, una aspiración compartida, seductora y cargada de mentiras. El caso no sería tan impactante si no fuera una dramatización de un hecho real sucedido en España. Tal vez la escena más conmovedora es cuando Emilio Barrero habla en un parque, como lo hace siempre, desde su celular, con su esposa, y nota que no es el único que ha caído en la sociedad de la mentira: muchos se reportan desde el parque como si fuera su oficina.

Conclusiones: sin escapatoria

Los hijos desprecian a sus padres hasta que cumplen 40 años, pero de repente se tornan como ellos, conservando así el sistema.
Quetin Crece

La familia se ha transformado en forma vertiginosa en los últimos lustros y el cine, a veces en formo directa, otras por lo que deja ver, documenta en forma pertinente este proceso. Factores involucrados en esta revolución social son, entre otros: las recurrentes crisis económicas, sociales, cambios culturales, poblacionales, de la pareja, así como tendencias como la migración y la irrupción, cada vez más poderosa, de las nuevas tecnologías y otros espacios de la virtualidad.

En este artículo vimos varios tipos de padres en fragmentos, por ejemplo: resabios de padres dictadores o autoritarios, que intentan educar persiguiendo y lastimando hijos; padres que son rebasados por las circunstancias o el crecimiento intelectual, profesional o emocional de esposas e hijos; padres en medios virtuales o que recurren a ellos para dirigirse a los suyos; padres que abandonan su papel o que asumen ambos: padre-madre; en fin, abanico que deja ver un incuestionable cambio de rol.

Observamos esos padres con los que nos identificamos y nos queremos alejar simultáneamente, y reflexionamos en la sentencia de otra película, Arizona dream (Kusturica, 1993), en la que un personaje sentencia: “Hagamos lo que hagamos, lo queramos evitar o lo busquemos conscientemente, estamos condenados a repetir a nuestros padres.” Y ya en los créditos finales y todavía en la sala oscura nos quedamos pensando: ¿Qué tanto podemos negar o repetir a nuestros padres en la excesiva y actual circunstancia social?


Referencias

A favor de lo mejor (2008). 3er. Informe de calidad de los contenidos de los medios. México.
Attali, J. (2007). Diccionario del siglo XXI. España: Paidos. 145-146.
Esteinou, R. (2004). El surgimiento de la familia nuclear en México. Estudios de Historia Novohispana. Instituto de Investigaciones Históricas. 31:99-136.
Gomezjara, F.A. (1991). Sociología. México: Porrúa.
Helfgot, G. & A. Tansakara ( 1997). Shine. El resplandor de un genio. Colección de Viva Voz. España: Grupo Z.
Horkheimer, M. (1978). La familia y el autoritarismo. En La familia, Barcelona: Península, 5:194.
Lipovetsky, G. (2006). La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo. España:Anagrama.
Mattelart, A. & D. Ariel (1972). Para leer al pato Donald. México:Siglo XXI.
Vargas Llosa, M. (2000). Un mundo sin novelas. En Letras Libres, II(22), México.
[1] Francisco Gómez-Jara (1991, pp. 61-177 y 259-352) tiene una amplia caracterización de lo que es la familia en México, en la que incluye diferentes tipos como son: Extensa tradicional (tres o más generaciones), nuclear, monoparental, recompuesta, multigrupal (polinuclear), Poligámica, Colateral unipersonal, etcétera. La mayoría de los análisis para este trabajo parten de la familia nuclear: padre-madre e hijos.